9/02/2012

Capítulo 22.


—¡Jamás llegaremos a este paso! —gritó Charles, exasperado. Ya eran las 11:00 de la noche y estaban como a medio camino de Virginia. ¿Acaso no tenían que seguirle el paso a los jóvenes aquellos? ¡Y miren por dónde iban a penas! Ni siquiera habían cruzado la interestatal. Además, estaba exhausto, llevaba días sin ver a su esposa y sus hijos ya le hacían falta, la cama en dónde dormía todas las noches lo llamaba como si fuese un diablo y —tenía que admitirlo—, ¡extrañaba la deliciosa comida que le preparaba su mujer a la cena! Por no decir también sus horas de diversión con ella, en la noche. Una sonrisa maliciosa cruzó por su rostro, pero la quitó rápidamente. ¡Se suponía que estaba enfadado!

—¡No me culpes a mí! Los adolescentes esos son unos escurridizos, piensas que están cerca y de pronto, nos llevan kilómetros —se quejó Darwin, igual de cansado. Puede que él no tuviera una familia a la cual cuidar o una cama a la cual extrañar, sin embargo, la comodidad de su apartamento nadie se la quitaba y pasar tanto rato en un carro era horrible, ¡ya su cuerpo no daba más! ¡Quería irse de una buena vez! ¡Lo que hacían los jóvenes últimamente, todo era culpa de ellos!

—Me quiero ir… —Charles estaba a punto de hacer un puchero—. ¿Es que acaso no podemos pedir una avioneta para que nos lleve a Seattle de nuevo?
Darwin le dio una mirada enfadada, ¿qué quería que él hiciera? ¿Magia? ¡La alquimia no los teletransportaría de un lado a otro! Y no es como si pudiera hacer aparecer una “avioneta”, como decía Charles. A veces desearía ser rico para no tener que preocuparse por esas incomodidades y es que, vaya que desearía tener un jet privado…

De pronto, un bombillo se encendió en su cabeza.

—¡Dios, Charles! ¡Lo tengo, ya sé que hacer! ¡Eres un jodido genio! —Se acercó y le dio un beso en la pura coronilla. Él hizo una mueca de asco y luego divertida, ¿qué le pasaba a su amigo?

—¿Genio? Oh, bueno, mi mamá siempre dijo que mi cabeza era más grande que la de otros niños… —Pensó unos segundos—, aunque si lo ves bien, eso no es del todo bueno. Prácticamente me dijo cabezón.

Darwin rodó sus ojos.

—¡No estoy hablando de eso, tonto! Me refiero a lo de la avioneta. ¡Hombre, tenemos prácticamente un helicóptero a nuestra disposición! ¡Sólo hay que encargarla en la Academia!

—Pero… ¿Qué pasa si la directora se entera? —preguntó, no muy convencido, podían meterse en graves problemas.

—¿Y qué? ¡Para cuando el helicóptero llegué, no podrá hacernos nada! Además, esto es una misión…

Charles vaciló ante su decisión. No creía que fuese muy bueno arriesgarse a tanto, además, llamarían mucho la atención, sin embargo, estaba tan cansado y quería terminar tanto con la misión que terminó asintiendo con su gran cabeza.

—Qué más da…

Darwin sonrío, satisfecho.

—¡No te arrepentirás!

Sí, bueno, eso esperaba él…

En ese mismo instante, a muchos kilómetros de allí…

Caleb estaba acostado en la cama de su viejo cuarto, lleno de posters de bandas ochenteras y películas viejas, su televisor seguía ahí, con la gran característica de que nunca funcionó y sus libros del colegio se encontraban en una esquina, llenos de polvo. Él los miró con orgullo, odiaba estudiar, se le hacía aburrido y no se concentraba del todo bien, aunque sus notas del colegio eran realmente buenas, pero saber que ya no tendría que tocarles más, lo puso feliz.

Claro, pronto vendrían los de la universidad, así que…

Se oyó un grito ensordecedor, alto como un pitido de carro en una presa a las 5:00 de la tarde, aterrado como si de una película de terror se tratara y desgarrador para el corazón de Caleb, quien pudo distinguir inmediatamente de quién provenía el grito…

De April.

Apresurado y con el corazón por los oídos, corrió hasta su puerta y salió de allí, haciendo ademán de bajar las escaleras hasta que logró ver que ella no estaba abajo, sino a unos pocos centímetros de él, atrapada entre un gran bulto grande y la pared. Sus pies respondían antes de lo que él podría pensar y, yendo furioso, se encontró con la espalda de aquella persona de la cual ni él tenía conocimiento.

Las luces comenzaron a encenderse, los pasos empezaron a sonar y él pudo ver mejor la escena que lo avecinaba.

Un hombre un poco más alto que él, tenía una mano pegada a la boca de April, haciéndola callarse y además, quedarse casi sin respiración, trataba de arrancarle algo, mas él no logró ver bien qué era, debido a que inmediatamente lo empujó por la espalda y lo atrajo hasta su cuerpo, tirándolo en el piso.

El joven abrió los ojos, paralizado por unos segundos e inmediatamente lo reconoció. Era el mismo chico al que le había advertido no volver a acosar a April, esos ojos azules que asomaban en la oscuridad se lo decían todo, era él. Él no podría olvidar nunca la tonalidad intensa de ese azul, proveniente del desgraciado. Caleb sintió algo que muy pocas veces había llegado a sentir.

Odio.

Con todas las fuerzas provenientes de él, comenzó a golpearlo de una manera increíble. Un puñetazo en la quijada, otro en el estómago, más en su cara, llegó a romperle la nariz, sin embargo, el otro sólo trataba de escapar, sin defenderse de aquellos fuertes golpes, dando tan sólo unas pequeñas patadas que Caleb sabía, dejarían moretones. April comenzó a gritar, aterrada por la escena que estaba viendo. Sangre salpicaba el piso, gemidos se oían en toda la casa, el dolor casi la atacaba tanto como lo que estaba viendo. En su estado de shock, lo único que pudo hacer fue rezar a que alguien ayudara a Caleb y, como si por arte de magia sus plegarias hubiesen sido escuchadas, Eva llegó con una metralleta en mano y todos los demás atrás suyo.

—¡Caleb! —él levanto la vista por unos segundos, deteniendo su acción—, ¡Ten muchacho! ¡Úsala como tu abuela te ha enseñado!

Y sin nada más que decir, lanzó la metralleta hacia su nieto quien con gran habilidad, la tomó sin ninguna dificultad. El problema fue que en esos pequeños segundos, el chico de ojos azules había logrado escaparse y ahora se encontraba huyendo de las piernas de Caleb.

—¡Atrápenlo! —gritó él, corriendo detrás de su enemigo.

Por acto de reflejo, todos los que se encontraban allí —Jeremy, Joseph, Gabe y Alex—, se tiraron encima del acosador —quien iba bajando las escaleras—, el problema fue que al hacerlo al mismo tiempo, terminaron chocando y cayéndose por el barandal.

—Que muchachos más idiotas… —dijo Eva, meneando su cabeza con desaprobación.

Sin esperar mucha ayuda, Caleb corrió a la velocidad de la luz por las escaleras, llegando a la puerta abierta y persiguiéndole por casi toda la zona verde de la casa, tratando de darle algún buen balazo que por lo menos lo detuviera. En uno de sus tantos intentos, la bala dio justamente en la pierna del hombre, quien dio un gritó, maldiciendo, pero sin detenerse.

Finalmente, todos en la casa lo vieron irse en una motocicleta negra como la noche, dejando rastros de sangre en su recorrido.

Caleb maldijo por lo bajo y volvió al porche de su casa, donde todos los esperaban con orgullo y ansiedad.

—¿Pero qué fue eso? —preguntó Gabe, anonadado. ¿Tanto embrollo por un ladrón?

—Dios, ¿no crees que te pasaste con el pobre tipo? Sólo se gana la vida robando cosas… —dijo Jeremy, tratando de sonar divertido en una situación como esa.

Alex lo fulminó con la mirada.

—Claro, cosas de NUESTRA casa… —Jeremy se encogió de hombros.

—¿¡Creen que haría tanto alboroto por un simple ladrón!? ¡Eso es trabajo de la abuela, no mío! —dijo Caleb, furioso—. ¡Ese maldito que vieron escapar, es un jodido acosador que ha irrumpido en el apartamento de April quién sabe cuántas veces y para rematar, la persigue hasta Virginia! ¿Les parece poco que quisiera balacearlo?

Todos en el porche —incluida Eva—, lo observaron sorprendidos. ¿Era cierto lo que decía?

—¿E-en serio, Ap? —le preguntó Joseph, con preocupación en sus ojos.

Ella no podía responder, estaba temblando como una culebra. Su tez había bajado de color y estaba a punto de desmayarse.

Rápidamente, Caleb la tomó en sus brazos y la abrazó con todas las fuerzas que le quedaban, besando su coronilla.

—Todo va a estar bien, princesa. No pasó nada, nada, nada… —Esas palabras fueron suficientes para encender el grifo de lágrimas que había estado conteniendo. April comenzó a llorar descontroladamente, cubriendo su boca con sus manos y sacudiéndose sin parar. Él sólo sentía sus lágrimas bañar su pecho y casi podía ver como el nudo en su garganta quería salir.

Todos en el porche se sintieron incómodos y a la vez preocupados. Debían entrar a la casa, por lo menos, no fuera a ser que se enfermaran. Delicadamente, Eva los llevó a todos hacia la sala, dónde Caleb seguía sosteniéndola como si se fuese a morir en cualquier momento.

April comenzó a calmarse, tomando respiraciones profundas y secándose las lágrimas de sus mejillas, aunque no las sintió por ningún lado. Cayó en la cuenta de que seguramente la camiseta de Caleb se las había tragado, hasta que se fijó en un pequeño detalle…

Él estaba sin camisa.

Se sintió sonrojar, mas no se apartó debido a que se sentía débil y cansada. Vaya suerte tenía; las cosas que le pasaban…

Ella suspiró y se separó poco a poco, sonriéndole temblorosamente a todos

—Creo que ya estoy un poco mejor… —dijo, con voz quebrada. Gabe se encogió de hombros.

—Claro, cualquiera estaría mejor si se estuviera consolando en el pecho de este muchacho, eh… —la miró pícaramente y ella hizo ademán de apartarse bruscamente, sin embargo, él no la dejó.

—¿Dónde está Raúl? —preguntó Joseph, tratando de cambiar de tema. No se veía por ahí.

—Está durmiendo, obviamente… —respondió Caleb.

—¿¡Durmiendo!? —Jeremy abrió los ojos como platos—. ¿¡Me vas a decir que no se despertó con está balacera!?

Él se encogió de hombros a cómo pudo.

—Él tiene el sueño peor que el de un oso invernando.

Todos rieron un poco y Eva miró a April con preocupación.

—¿Quieres un poco de chocolate caliente, querida? Te haría bien para dormirte de nuevo… —Miró a todos los demás con desdén—, ¿Y ustedes qué? ¿No se van a dormir ya? ¡Vamos, vamos! ¡Fuchi, fuchi!

Alex la vio con un enojo de nieto, casi refunfuñando.

—No me hagas esa cara, señorito. ¡Ya va siendo hora de dormir! ¡No es mi culpa que tú te quedes vagando con la mente la mitad de la noche!

Apretó la mandíbula y parecía que iba a decir algo, pero se mantuvo. Haciéndole caso a Eva, los demás se fueron cabizbajos a sus habitaciones.

—¿Y bien, cariño?

—Yo… —April meneó la cabeza—, no gracias. No creo que pueda dormir bien de todos modos…

Asintió con la cabeza, comprendiendo.

—Bueno, si es así, es mejor que vayan a acostarse por lo menos. —observó a Caleb de arriba hacia abajo—. Y ponte una camisa muchacho, ¿o acaso quieres que a tu novia le dé un ataque de sonrojo agudo?

Él sonrió avergonzado.

—Sí, Nana… —Se acercó a ella y le dio un sonoro beso en la mejilla—, buenas noches.

—Buenas noches a los dos… —dijo, mientras se dirigía su cuarto. Antes de entrar, les dio una mirada acusatoria—. Y cuidado con lo que hacen… En cualquier caso, usen protección.

Caleb abrió los ojos, anonadado.

—¡Abuela!

—¿¡Qué!? —fingió inocencia—. Es que los muchachos de hoy malpiensan todo…

—Sí, sí. Ve, ve… —y sin dar ninguna advertencia más, entró a su santuario.

Bajó la vista hacia April, quién escondía la cabeza en su pecho.

—¿Ap? —ella no levantaba la vista—. Hey, mírame…

Meneó la cabeza.

—Vamos… —poco a poco fue subiendo su barbilla hasta que estuvo a la altura para poder observarla. Casi ríe a carcajadas, debido a que ella estaba más roja que cualquier ser humano viviente podría estar. Al verlo a los ojos, se sonrojó todavía más.

—Yo… Tu abuela… Ella…

Él rió por lo bajo.

—Mi abuela no es como ninguna abuela normal. Es una pervertida y lo sabe. No hagas mucho caso de lo que dice. —la miró unos segundos y sonrío—. Ahora vamos a dormir.

Asintiendo con la cabeza, comenzó a caminar, mas sus piernas le temblaban como gelatina. La observó preocupado.

—¿Estás bien?

—Sí…

Pero no lo estaba. Sus piernas batallaban con ella, no hacían caso a lo que les mandaba. 

Caleb rodó los ojos.

 —Eres más testaruda que una cabra. —Y sin dejarla protestar, la cargó en sus brazos como si fuera una pluma. Casi grita, pero recordó lo que dijo Eva y se quedó callada, no fuera a ser que pensara que le estaban haciendo algo malo.

Pronto, Caleb se encontraba al comienzo de las escaleras  y se dirigió a su cuarto sin siquiera preguntarle a April dónde quería dormir.

—Ca-caleb…

—¿Jum?

—Mi cuarto es del otro lado…

Él le dio una sonrisa irónica.

—Lo sé.

—¡Pero, Eva va a pensar que hicimos cosas que no deberían ser hechas por nosotros y…! —la calló con un pequeño y tierno beso.

—Dije que ya lo sé —ella quiso protestar, sin embargo, en el fondo, le encantaba lo que estaba haciendo. Sin hacerse mucho el rogar, dejó que él la llevara a su cuarto y la acostara en la cama como una princesa, dándole el lugar de la derecha —el cuál al parecer, había comenzado a ser su lugar habitual—, y metiéndola bajo las sábanas, para evitar que tuviera frío.

En unos segundos, Caleb ya estaba a su lado, metiéndose debajo de las cobijas sin ninguna advertencia y abrazándola por la cintura, sin dejarla ir. April podía sentir la respiración de él en su cuello y se llegó a marear de lo surreal que parecía aquello. No hacía mucho estaba en un estado de shock total y, ¿ahora se encontraba con su novio de pocos días en la misma cama? Sí, eso sin duda era surreal. Parecía ejemplo de uno de sus amados libros.

Casi se atraganta cuando logró sentir algo caliente contra su espalda. El pecho desnudo de Caleb.

Eso no era nada bueno para su salud.

—¿No te dijo tu abuela que te pusieras una camisa? —preguntó, con voz ronca.

Él se rió.

—Sí, bueno, no siempre le hago caso… —le dio un pequeño beso en el cuello—. Además, no pienso dejarte sola ahora que estás conmigo.

Casi juró que su corazón se derretía un poco más.

—Sí, bueno, no es como si planeara irme… —Su abrazo se apretó un poco más.

—Lo sé… —respondió, con una voz realmente dulce.

De pronto, no tenían nada más que decirse. El silencio invadió el cuarto, dejándolos a los dos pensar en lo sucedido. Caleb no podía parar de preguntarse, ¿qué hubiese pasado si April no hubiese gritado? ¿Si ella tan sólo hubiese sido acallada por aquel hombre, sin que nadie más se enterara? ¿Qué cosas tan horribles le habría hecho? ¿Qué tanto hubiera sufrido? Dios, lo que le hubiera hecho…

Tantas preguntas sin ninguna respuesta concreta. Sin embargo, él dio las gracias infinitas a Dios —si es que había uno—, de que no tuviera las respuestas a esas incógnitas. Sabía que estaría perdido si las tuviera y ahora, teniendo a April en sus brazos, todo lo que pudo hacer fue apretarla más contra él, acariciar su pelo a cómo podía y oler el suave aroma que desprendían sus cabellos, su cuello, su piel. Esa piel tan suave que estaba llegando a sentir muy seguido. Ese cuello que amaba besar. Ese cabello al cual le encantaba oler. Y es que, ni él mismo se podía creer que estuviese tan enamorado de una persona. Ni mucho menos de alguien a quien casi podría decirse acababa de conocer.

Recordaba lo que había pensado aquel primer día. El día en que la conoció. Lo hacía como si hubiese sido ayer. Él había dicho “Niña de mami” “Se queja por todo, pero vaya que es linda” “Presa fácil”. Dio una risa sardónica, estaba seguro de que ella había escuchado ese último pensamiento, pero claro, ¿qué iba a estar sabiendo él de que era alquimista? Ni en sus más remotos sueños. Pensó que no la volvería a ver, y si lo hacía, sería una relación libre y sin tapujos.

Sí, claro. Ahora ni él se lo creía.

Y viendo a April así, bajo la luz de la luna, en su cama, entre sus brazos, todo lo que pudo hacer fue suspirar. Se sentía como si fuese suya, como si nadie se la pudiese quitar. Lo que sentía, era que la protegía y hombre, él sabía que lo hacía. Dios, se quería quedar así para todo el resto de su vida.

Y…

Joder, ¿desde cuándo soy tan empalagoso?

Estuvo tentado a encogerse de hombros, sin embargo, lo hizo mentalmente. El amor lo hacía empalagoso.

Volteando a April suavemente, la rodó hasta que estuvo cara a cara con ella. La vio a los ojos y puso su frente junto con la de ella.

—Te amo —susurró, sus palabras lo único que se escuchaban.

Ella dio un pequeño suspiro.

—Yo también te amo —Y sí, esas palabras lo hacían querer gritar a los 4 vientos, mas lo que hizo fue besarla lentamente, rozando sus labios primero, para luego juntarlos y moverlos con el ritmo de su corazón.

Después de unos minutos, él se separó y ella se acomodó en su pecho.

Segundos después, sintió como su respiración comenzó a tranquilizarse hasta caer dormida y al verla así, tan frágil y delicada todo lo que pudo pensar fue…

Creo que he cambiado radicalmente el significado de ser empalagoso…

A la mañana siguiente…

El sol brillaba con fuerza, mientras se proponía a amenazar al mundo con sus fuertes extractos de rayos ultravioleta. Quería lucirse hoy, parecía decir, ya que cualquiera que saliese sin protección solar podría tener un grave caso de cáncer de piel —y eso sin exagerar—. Raúl comenzó a restregar sus ojos, cansado. ¿Es que acaso no podía brillar un poco menos el sol?  Quería seguir durmiendo. Pronto se fijó en la hora, las 9:00 de la mañana. Sí, bueno, al final no se había levantado tan temprano cómo él creía.

Se fue estirando de a pocos, hasta que por fin se consideró lo suficientemente estirado como para poder salir de la cama. Cuando llegó a la puerta, se detuvo de golpe.

Él no tenía camisa.

Casi se da una cachetada, ¿cómo se le había ocurrido siquiera salir así? Recordaba la primera y última vez que le había pasado con Eva. Casi lo balacea cuando lo vio salir así. Él nunca entendió el por qué no podía salir así, pero la cosa es que nunca lo volvió a hacer. Ni Caleb mismo lo hacía.

Poniéndose la primera camiseta que encontró de su maleta, se acordó de que había escuchado la voz de Caleb en la noche. ¿Lo había soñado? No, sonó muy real. Hasta podía jurar que le había oído maldecir…

O tal vez su mente sólo le jugaba trucos.

Eso era lo malo de tener el sueño tan pesado. Una vez, le pasó que se encontraba en su departamento, tomando una pequeña siesta a las 7:00 de la noche —cosa que, en lugar de ser siesta, terminó siendo su hora de dormir—, y al despertar, le habían robado casi todas las cosas de su habitación…

Y él estaba en la sala. El centro del apartamento… ¡Dónde todo se podía oír!

Había sido el colmo, sin embargo, pronto encontró sus cosas y ya ni se preocupó de nuevo, de por sí, no es como si no pudiese despertar, cualquier persona que le diera un fuerte golpe en su brazo le despertaría y listo, problema resuelto.

Aunque seguía sin saber por qué lo tenía tan pesado.

Con toda esa embolia cerebral en su cabeza, Raúl ya había llegado hasta la cocina, donde todos lo observaban con caras divertidas y radiantes.

—¡Buenos días! —dijeron todos al unísono. Jeremy frunció el ceño, a él se le había ocurrido decir “Buenos días” primero, los demás le habían copiado.

Raúl se tocó su cabello lacio con desdén.

—¿Por qué todos están bañados desde tan temprano? —Su voz ligeramente ronca. Le dio un beso en la mejilla a Eva—. Buenos días.

Ella sonrío.

—Buenos días, dormilón.

Gabe le dio una mirada pícara.

—¿Y a mí qué? ¿No me das beso?

Él rió y le tiró un beso en el aire.

Eva vio a Gabe escrutadoramente.

—Tú, muchacho, eres medio raro… —chasqueó su lengua—, ¿eres gay o medio amanerado?

Caleb, quien había visto la escena con diversión desde que comenzó, se atragantó con sus Froot Loops.  Gabe le sonrío encantadoramente.

—En realidad, es una larga historia… Verá, su nieto aquí presente…

—¡Ah! ¡Yo me voy a buscar a Ap, ha durado bastante ya en bañarse! —dijo él, interrumpiéndole y saliendo de la cocina como si le hubiese puesto fuego en el trasero.

Gabe suspiró.

—Bah, aún no le contaré. La idea es que esté él, no sólo nosotros… —Eva alzó su ceja con descaro, pero se encogió de hombros mientras le servía un poco de café a Raúl. Los muchachos de ahora eran realmente raros.

—¿Y Alex? —preguntó Joseph, viendo a su alrededor. Realmente no le preocupaba el chico, sino el desayuno que se encontraba al frente de él, lleno de tocino y una deliciosa dona.

—Oh, él… —Ella le echó una mirada a su reloj—, debería estar bajando en segundos. El colegio comienza a las 9:30 y si no se apresura él ya iría tarde… ¡Y no puede llegar tarde, ya sería su quinta vez!

Frunciendo el ceño, tomó todo el aire posible que pudiese caber en sus pulmones y…

—¡¡¡¡Alejandro!!!! —gritó a todo estribor. En cuestión de milisegundos, Alex apareció en la cocina con una mueca de dolor.

—Perdón, perdón, perdón, perdón… —le dijo mientras cogía un pedazo de tocino y le daba un beso en la frente—,¡nos vemos más tarde, mundo! ¡Adiós!

—Adiós, cariño…

—¡Oh, Nana!

—¿Sí?

—Deséame suerte…

—¿Suerte? —lo vio con extrañeza—¿Y eso por qué…?

—Digamos que tengo examen de Historia y no estudié lo que se dice demasiado… —observando como la cara de abuela se oscurecía, Alex corrió hasta la puerta— ¡Te amo!

Ella se volteó, furiosa con su nieto.

—¡Estos jóvenes de hoy en día! ¿Quién los entiende? ¡Que Dios se apiade de mí, que realmente lo haga!

Todos en la mesa rieron.

—Y, ya que el chico casi no comió… —Joseph analizó el plato con lujuria—, ¿cree que me pueda comer eso?

Ella le dio una gran sonrisa al chico. ¿Cómo le iba a decir que no a ese muchacho? ¡Hasta su sonrisa era tremendamente tierna!

—Yo creo que sí, corazón.

Sonriendo tal cual niño pequeño en navidad, él agarró el plato lleno de tocino y lo olió con esmero. Sí, sería un buen día.

Hasta que Jeremy le metiera mano y le cogiera un pedacito de su preciado pedazo de salchicha.

—¡Eh! —se quejó, enojado.

—¿Qué? ¡Comparte con tu hermano! —Le sacó la lengua, en un acto infantil.

—¡Bah! —le dijo, mientras cercaba su plato con sus brazos y no dejaba que nadie le tocara.
Esos tocinos eran suyos.

—¿Por qué esos chicos tardan tanto? —rezongó Eva, exasperada. Sabía que ya pronto tendrían que irse y April no había desayunado casi nada. No era bueno hacer investigaciones sin comer bien, ¡menos en el desayuno, la comida más importante del día!

—Seguramente se están besu…

—¡Gabe! —Raúl lo vio con una reprimenda en sus ojos—. Lengua suelta, lengua maldita.

Él rodó sus ojos azules.

—Lo que sea…

Como si los hubieran llamado, April y Caleb aparecieron en el marco de la puerta. April se encontraba en un simple vestido de tirantes con diseño floral, realmente hermoso y ella se veía preciosa.

Sin embargo, su rostro no concordaba con los colores alegres de sus prendas.

Eva le dio una mirada preocupada.

—¿Cómo seguiste, cariño? —le preguntó, angustiada.

—Un poco mejor, gracias —le regaló una sonrisa tranquilizadora que no llegó hasta sus ojos. Paseó su mirada por toda la habitación, hasta posar sus ojos en Raúl.

—¿Cómo es que no te despertaste? —le preguntó, anonadada. Se le veía de lo más despierto. Sin duda había dormido bien.

—¿Con qué?

Ella le dio una mirada acusatoria a Caleb.

—¿No le contaste nada?

Él silbó despistado.

—Digamos que le hambre me ganó.

April meneó su cabeza, divertida.

—Anda, ya le digo yo… —dijo, mientras se sentaba en una silla y esperaba a que Eva le sirviera desayuno.

Y así, todos escucharon atentos lo que había pasado la noche anterior, aunque la mayoría ya lo habían vivido, pero no les importaba. Volverlo a escuchar era tan emocionante y aterrador como lo había sido el día anterior.

Y vaya que había sido emocionante.

Una hora después…

—¿¡Están listos chicos!? —gritó Joseph a todo lo alto para que los demás fueran bajando ya.

—¡Sí, Capitán estamos listos! —respondió Jeremy, enérgico.

—No empieces, hermano…

—Yo… —lo miro con reproche—, está bien.

Después de unos minutos, todos ya estaban montándose al carro con Caleb al volante. Eva vino hasta la puerta del conductor y observó a su nieto a través de la ventana abierta.

—Ten cuidado, querido…

—Sí, Nana…

—Y no se pasen de idiotas.

Él sonrío.

—No prometo nada.

Ella se encogió de hombros, para luego darle un beso en la mejilla.

—¡Descubran lo que tengan que descubrir!

—Así será… —respondió Raúl, sonriéndole. Caleb cerró la ventana del conductor y así, comenzó a conducir tensamente.

Todos en el auto iban nerviosos. No sabían ni qué iban a decirle al hijo de Robert, ¿cómo los dejaría pasar? ¿Así como así? Ni ellos se lo creían. Deberían tener un plan, mas no lo tenían y es que, no estaban seguros de nada, ¿acaso él tendría las respuestas? ¿Realmente los ayudaría en la búsqueda que tanto estaban haciendo? ¿Es que acaso estaban siquiera cerca? Porque, realmente lo parecía, pero sus esperanzas podían ser quebradas en cualquier momento y eso, exactamente eso, era lo que más los espantaba.

¿Qué pasaría si todo fuese una trampa? ¿Si nada hubiese sido real? No querían ni pensar en eso, les daba un terror inmundo a todos, sin embargo, sabían que, a cómo podía ser algo malo, podría ser bueno también.

Conforme el camino avanzaba, las dudas aumentaban. La tensión incrementaba. Todo era absolutamente surreal. Algunos querían hasta escapar, no querían seguir allí, pero cogieron valor y se quisieron pegar a sí mismos. Todo ese viaje no había sido en vano y ellos lo sabían, así tenía que ser.

Finalmente, oyeron el repiquetear de las llantas del carro en una acera y ahí, vieron la casa que marcaría su investigación.

La casa del hijo de Robert.

Era un hogar grande, muy moderno. El color era de un beige y las ventanas eran realmente grandes. April supuso que en la parte de atrás habría un jardín trasero y, que la casa era bastante gigantesca. Tenía unos toques antiguos, que le daban un aire chic y gran zona verde alrededor.

Se veía como un lugar de familia y ellos sólo lograron sentirse fuera de lugar.

Armándose de valor, todos salieron del carro con la frente en alto y sacando pecho. Caleb los detuvo antes de que dieran un paso más.

—Antes que nada, debemos saber qué diremos, ¿la verdad? ¿Una excusa? ¿Qué?
Todos se miraron entre sí, tratando de buscar una respuesta.

—Yo creo que lo mejor sería decir la verdad. —intervino Raúl, con orgullo.

—Yo también lo creo —concordó Caleb. Analizó a todo el grupo, en busca de afirmación— ¿Qué dicen?

Asintieron.

—Bien… —tomando un gran respiro, sonrío—. Allá vamos

Y sin más que decir, se dirigieron hasta la gran puerta de madera, tocando el timbre al llegar.

En cuestión de segundos, un muchacho negro, alto y rapado los vio en toda su altura. Los observó con cordialidad, hasta que su mirada se tornó oscura.

—No me digan que ustedes son… —se acercó de poco a poco, viéndolos con rudeza—, ¡Dios! ¿Más de ustedes? ¡Ya les dije, no la tengo! ¡No tengo la piedra! ¡No sé ni por qué andan detrás de mí, cuando yo ya se la di a la persona correcta! ¡Joder!

El grupo de alquimistas lo miraron, anonadados. ¿Él había tenido la piedra en sus manos y la había regalado?

—Nosotros no…

—Sí, sí. No querían molestar, ¿pues adivinen qué? Todos los Renewed molestan. Ya ni sé por qué se preocupan por mí, cuando deberían andar detrás de esa vieja loca importante.

—Pero, señor… Tratamos de decirle que…

—Yo ya no sé ni para que la buscan si es obvio que esa mujer la va a usar… ¡Es inútil! Es idiota…

—¿Cuál mujer? —preguntó Caleb, molesto. Tanta cosa que dice el hombre y ellos ni siquiera son Renewed.

—Pues, ¿cuál más? —les dijo con desdén y furia a la vez—. La directora chiflada de esa Academia de alquimistas, no sé cuánto ha pasado ya desde que se la di…

Y así, casi todo ese grupo de alquimistas, se sintió a desmayar.

Eso no era lo que esperaban.

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