—¡Jamás llegaremos a
este paso! —gritó Charles, exasperado. Ya eran las 11:00 de la noche y estaban
como a medio camino de Virginia. ¿Acaso no tenían que seguirle el paso a los
jóvenes aquellos? ¡Y miren por dónde iban a penas! Ni siquiera habían cruzado
la interestatal. Además, estaba exhausto, llevaba días sin ver a su esposa y
sus hijos ya le hacían falta, la cama en dónde dormía todas las noches lo
llamaba como si fuese un diablo y —tenía que admitirlo—, ¡extrañaba la
deliciosa comida que le preparaba su mujer a la cena! Por no decir también sus
horas de diversión con ella, en la noche. Una sonrisa maliciosa cruzó por su
rostro, pero la quitó rápidamente. ¡Se suponía que estaba enfadado!
—¡No me culpes a mí!
Los adolescentes esos son unos escurridizos, piensas que están cerca y de
pronto, nos llevan kilómetros —se quejó Darwin, igual de cansado. Puede que él
no tuviera una familia a la cual cuidar o una cama a la cual extrañar, sin
embargo, la comodidad de su apartamento nadie se la quitaba y pasar tanto rato
en un carro era horrible, ¡ya su cuerpo no daba más! ¡Quería irse de una buena
vez! ¡Lo que hacían los jóvenes últimamente, todo era culpa de ellos!
—Me quiero ir…
—Charles estaba a punto de hacer un puchero—. ¿Es que acaso no podemos pedir
una avioneta para que nos lleve a Seattle de nuevo?
Darwin le dio una
mirada enfadada, ¿qué quería que él hiciera? ¿Magia? ¡La alquimia no los
teletransportaría de un lado a otro! Y no es como si pudiera hacer aparecer una
“avioneta”, como decía Charles. A veces desearía ser rico para no tener que
preocuparse por esas incomodidades y es que, vaya que desearía tener un jet
privado…
De pronto, un
bombillo se encendió en su cabeza.
—¡Dios, Charles! ¡Lo
tengo, ya sé que hacer! ¡Eres un jodido genio! —Se acercó y le dio un beso en
la pura coronilla. Él hizo una mueca de asco y luego divertida, ¿qué le pasaba
a su amigo?
—¿Genio? Oh, bueno,
mi mamá siempre dijo que mi cabeza era más grande que la de otros niños… —Pensó
unos segundos—, aunque si lo ves bien, eso no es del todo bueno. Prácticamente
me dijo cabezón.
Darwin rodó sus ojos.
—¡No estoy hablando
de eso, tonto! Me refiero a lo de la avioneta. ¡Hombre, tenemos prácticamente
un helicóptero a nuestra disposición! ¡Sólo hay que encargarla en la Academia!
—Pero… ¿Qué pasa si
la directora se entera? —preguntó, no muy convencido, podían meterse en graves
problemas.
—¿Y qué? ¡Para cuando
el helicóptero llegué, no podrá hacernos nada! Además, esto es una misión…
Charles vaciló ante
su decisión. No creía que fuese muy bueno arriesgarse a tanto, además,
llamarían mucho la atención, sin embargo, estaba tan cansado y quería terminar
tanto con la misión que terminó asintiendo con su gran cabeza.
—Qué más da…
Darwin sonrío,
satisfecho.
—¡No te arrepentirás!
Sí, bueno, eso
esperaba él…
En
ese mismo instante, a muchos kilómetros de allí…
Caleb estaba acostado
en la cama de su viejo cuarto, lleno de posters de bandas ochenteras y
películas viejas, su televisor seguía ahí, con la gran característica de que
nunca funcionó y sus libros del colegio se encontraban en una esquina, llenos
de polvo. Él los miró con orgullo, odiaba estudiar, se le hacía aburrido y no
se concentraba del todo bien, aunque sus notas del colegio eran realmente
buenas, pero saber que ya no tendría que tocarles más, lo puso feliz.
Claro, pronto
vendrían los de la universidad, así que…
Se oyó un grito
ensordecedor, alto como un pitido de carro en una presa a las 5:00 de la tarde,
aterrado como si de una película de terror se tratara y desgarrador para el
corazón de Caleb, quien pudo distinguir inmediatamente de quién provenía el
grito…
De April.
Apresurado y con el
corazón por los oídos, corrió hasta su puerta y salió de allí, haciendo ademán
de bajar las escaleras hasta que logró ver que ella no estaba abajo, sino a
unos pocos centímetros de él, atrapada entre un gran bulto grande y la pared.
Sus pies respondían antes de lo que él podría pensar y, yendo furioso, se
encontró con la espalda de aquella persona de la cual ni él tenía conocimiento.
Las luces comenzaron
a encenderse, los pasos empezaron a sonar y él pudo ver mejor la escena que lo
avecinaba.
Un hombre un poco más
alto que él, tenía una mano pegada a la boca de April, haciéndola callarse y
además, quedarse casi sin respiración, trataba de arrancarle algo, mas él no
logró ver bien qué era, debido a que inmediatamente lo empujó por la espalda y
lo atrajo hasta su cuerpo, tirándolo en el piso.
El joven abrió los
ojos, paralizado por unos segundos e inmediatamente lo reconoció. Era el mismo
chico al que le había advertido no volver a acosar a April, esos ojos azules
que asomaban en la oscuridad se lo decían todo, era él. Él no podría olvidar
nunca la tonalidad intensa de ese azul, proveniente del desgraciado. Caleb
sintió algo que muy pocas veces había llegado a sentir.
Odio.
Con todas las fuerzas
provenientes de él, comenzó a golpearlo de una manera increíble. Un puñetazo en
la quijada, otro en el estómago, más en su cara, llegó a romperle la nariz, sin
embargo, el otro sólo trataba de escapar, sin defenderse de aquellos fuertes
golpes, dando tan sólo unas pequeñas patadas que Caleb sabía, dejarían
moretones. April comenzó a gritar, aterrada por la escena que estaba viendo.
Sangre salpicaba el piso, gemidos se oían en toda la casa, el dolor casi la atacaba
tanto como lo que estaba viendo. En su estado de shock, lo único que pudo hacer
fue rezar a que alguien ayudara a Caleb y, como si por arte de magia sus
plegarias hubiesen sido escuchadas, Eva llegó con una metralleta en mano y
todos los demás atrás suyo.
—¡Caleb! —él levanto
la vista por unos segundos, deteniendo su acción—, ¡Ten muchacho! ¡Úsala como
tu abuela te ha enseñado!
Y sin nada más que
decir, lanzó la metralleta hacia su nieto quien con gran habilidad, la tomó sin
ninguna dificultad. El problema fue que en esos pequeños segundos, el chico de
ojos azules había logrado escaparse y ahora se encontraba huyendo de las
piernas de Caleb.
—¡Atrápenlo! —gritó
él, corriendo detrás de su enemigo.
Por acto de reflejo,
todos los que se encontraban allí —Jeremy, Joseph, Gabe y Alex—, se tiraron
encima del acosador —quien iba bajando las escaleras—, el problema fue que al
hacerlo al mismo tiempo, terminaron chocando y cayéndose por el barandal.
—Que muchachos más
idiotas… —dijo Eva, meneando su cabeza con desaprobación.
Sin esperar mucha
ayuda, Caleb corrió a la velocidad de la luz por las escaleras, llegando a la
puerta abierta y persiguiéndole por casi toda la zona verde de la casa,
tratando de darle algún buen balazo que por lo menos lo detuviera. En uno de
sus tantos intentos, la bala dio justamente en la pierna del hombre, quien dio
un gritó, maldiciendo, pero sin detenerse.
Finalmente, todos en
la casa lo vieron irse en una motocicleta negra como la noche, dejando rastros
de sangre en su recorrido.
Caleb maldijo por lo
bajo y volvió al porche de su casa, donde todos los esperaban con orgullo y
ansiedad.
—¿Pero qué fue eso?
—preguntó Gabe, anonadado. ¿Tanto embrollo por un ladrón?
—Dios, ¿no crees que
te pasaste con el pobre tipo? Sólo se gana la vida robando cosas… —dijo Jeremy,
tratando de sonar divertido en una situación como esa.
Alex lo fulminó con
la mirada.
—Claro, cosas de
NUESTRA casa… —Jeremy se encogió de hombros.
—¿¡Creen que haría
tanto alboroto por un simple ladrón!? ¡Eso es trabajo de la abuela, no mío!
—dijo Caleb, furioso—. ¡Ese maldito que vieron escapar, es un jodido acosador
que ha irrumpido en el apartamento de April quién sabe cuántas veces y para
rematar, la persigue hasta Virginia! ¿Les parece poco que quisiera balacearlo?
Todos en el porche
—incluida Eva—, lo observaron sorprendidos. ¿Era cierto lo que decía?
—¿E-en serio, Ap? —le
preguntó Joseph, con preocupación en sus ojos.
Ella no podía
responder, estaba temblando como una culebra. Su tez había bajado de color y
estaba a punto de desmayarse.
Rápidamente, Caleb la
tomó en sus brazos y la abrazó con todas las fuerzas que le quedaban, besando
su coronilla.
—Todo va a estar
bien, princesa. No pasó nada, nada, nada… —Esas palabras fueron suficientes
para encender el grifo de lágrimas que había estado conteniendo. April comenzó
a llorar descontroladamente, cubriendo su boca con sus manos y sacudiéndose sin
parar. Él sólo sentía sus lágrimas bañar su pecho y casi podía ver como el nudo
en su garganta quería salir.
Todos en el porche se
sintieron incómodos y a la vez preocupados. Debían entrar a la casa, por lo
menos, no fuera a ser que se enfermaran. Delicadamente, Eva los llevó a todos
hacia la sala, dónde Caleb seguía sosteniéndola como si se fuese a morir en
cualquier momento.
April comenzó a
calmarse, tomando respiraciones profundas y secándose las lágrimas de sus
mejillas, aunque no las sintió por ningún lado. Cayó en la cuenta de que
seguramente la camiseta de Caleb se las había tragado, hasta que se fijó en un
pequeño detalle…
Él estaba sin camisa.
Se sintió sonrojar,
mas no se apartó debido a que se sentía débil y cansada. Vaya suerte tenía; las
cosas que le pasaban…
Ella suspiró y se
separó poco a poco, sonriéndole temblorosamente a todos
—Creo que ya estoy un
poco mejor… —dijo, con voz quebrada. Gabe se encogió de hombros.
—Claro, cualquiera
estaría mejor si se estuviera consolando en el pecho de este muchacho, eh… —la
miró pícaramente y ella hizo ademán de apartarse bruscamente, sin embargo, él
no la dejó.
—¿Dónde está Raúl? —preguntó
Joseph, tratando de cambiar de tema. No se veía por ahí.
—Está durmiendo,
obviamente… —respondió Caleb.
—¿¡Durmiendo!?
—Jeremy abrió los ojos como platos—. ¿¡Me vas a decir que no se despertó con
está balacera!?
Él se encogió de
hombros a cómo pudo.
—Él tiene el sueño
peor que el de un oso invernando.
Todos rieron un poco
y Eva miró a April con preocupación.
—¿Quieres un poco de
chocolate caliente, querida? Te haría bien para dormirte de nuevo… —Miró a
todos los demás con desdén—, ¿Y ustedes qué? ¿No se van a dormir ya? ¡Vamos,
vamos! ¡Fuchi, fuchi!
Alex la vio con un
enojo de nieto, casi refunfuñando.
—No me hagas esa
cara, señorito. ¡Ya va siendo hora de dormir! ¡No es mi culpa que tú te quedes
vagando con la mente la mitad de la noche!
Apretó la mandíbula y
parecía que iba a decir algo, pero se mantuvo. Haciéndole caso a Eva, los demás
se fueron cabizbajos a sus habitaciones.
—¿Y bien, cariño?
—Yo… —April meneó la
cabeza—, no gracias. No creo que pueda dormir bien de todos modos…
Asintió con la
cabeza, comprendiendo.
—Bueno, si es así, es
mejor que vayan a acostarse por lo menos. —observó a Caleb de arriba hacia
abajo—. Y ponte una camisa muchacho, ¿o acaso quieres que a tu novia le dé un
ataque de sonrojo agudo?
Él sonrió
avergonzado.
—Sí, Nana… —Se acercó
a ella y le dio un sonoro beso en la mejilla—, buenas noches.
—Buenas noches a los
dos… —dijo, mientras se dirigía su cuarto. Antes de entrar, les dio una mirada
acusatoria—. Y cuidado con lo que hacen… En cualquier caso, usen protección.
Caleb abrió los ojos,
anonadado.
—¡Abuela!
—¿¡Qué!? —fingió
inocencia—. Es que los muchachos de hoy malpiensan todo…
—Sí, sí. Ve, ve… —y
sin dar ninguna advertencia más, entró a su santuario.
Bajó la vista hacia
April, quién escondía la cabeza en su pecho.
—¿Ap? —ella no
levantaba la vista—. Hey, mírame…
Meneó la cabeza.
—Vamos… —poco a poco
fue subiendo su barbilla hasta que estuvo a la altura para poder observarla.
Casi ríe a carcajadas, debido a que ella estaba más roja que cualquier ser
humano viviente podría estar. Al verlo a los ojos, se sonrojó todavía más.
—Yo… Tu abuela… Ella…
Él rió por lo bajo.
—Mi abuela no es como
ninguna abuela normal. Es una pervertida y lo sabe. No hagas mucho caso de lo
que dice. —la miró unos segundos y sonrío—. Ahora vamos a dormir.
Asintiendo con la
cabeza, comenzó a caminar, mas sus piernas le temblaban como gelatina. La
observó preocupado.
—¿Estás bien?
—Sí…
Pero no lo estaba.
Sus piernas batallaban con ella, no hacían caso a lo que les mandaba.
Caleb
rodó los ojos.
—Eres más testaruda
que una cabra. —Y sin dejarla protestar, la cargó en sus brazos como si fuera
una pluma. Casi grita, pero recordó lo que dijo Eva y se quedó callada, no
fuera a ser que pensara que le estaban haciendo algo malo.
Pronto, Caleb se
encontraba al comienzo de las escaleras
y se dirigió a su cuarto sin siquiera preguntarle a April dónde quería
dormir.
—Ca-caleb…
—¿Jum?
—Mi cuarto es del
otro lado…
Él le dio una sonrisa
irónica.
—Lo sé.
—¡Pero, Eva va a
pensar que hicimos cosas que no deberían ser hechas por nosotros y…! —la calló
con un pequeño y tierno beso.
—Dije que ya lo sé
—ella quiso protestar, sin embargo, en el fondo, le encantaba lo que estaba
haciendo. Sin hacerse mucho el rogar, dejó que él la llevara a su cuarto y la
acostara en la cama como una princesa, dándole el lugar de la derecha —el cuál
al parecer, había comenzado a ser su lugar habitual—, y metiéndola bajo las
sábanas, para evitar que tuviera frío.
En unos segundos,
Caleb ya estaba a su lado, metiéndose debajo de las cobijas sin ninguna
advertencia y abrazándola por la cintura, sin dejarla ir. April podía sentir la
respiración de él en su cuello y se llegó a marear de lo surreal que parecía
aquello. No hacía mucho estaba en un estado de shock total y, ¿ahora se
encontraba con su novio de pocos días en la misma cama? Sí, eso sin duda era
surreal. Parecía ejemplo de uno de sus amados libros.
Casi se atraganta
cuando logró sentir algo caliente contra su espalda. El pecho desnudo de Caleb.
Eso no era nada bueno
para su salud.
—¿No te dijo tu
abuela que te pusieras una camisa? —preguntó, con voz ronca.
Él se rió.
—Sí, bueno, no
siempre le hago caso… —le dio un pequeño beso en el cuello—. Además, no pienso
dejarte sola ahora que estás conmigo.
Casi juró que su
corazón se derretía un poco más.
—Sí, bueno, no es
como si planeara irme… —Su abrazo se apretó un poco más.
—Lo sé… —respondió,
con una voz realmente dulce.
De pronto, no tenían
nada más que decirse. El silencio invadió el cuarto, dejándolos a los dos
pensar en lo sucedido. Caleb no podía parar de preguntarse, ¿qué hubiese pasado
si April no hubiese gritado? ¿Si ella tan sólo hubiese sido acallada por aquel
hombre, sin que nadie más se enterara? ¿Qué cosas tan horribles le habría
hecho? ¿Qué tanto hubiera sufrido? Dios, lo que le hubiera hecho…
Tantas preguntas sin
ninguna respuesta concreta. Sin embargo, él dio las gracias infinitas a Dios —si
es que había uno—, de que no tuviera las respuestas a esas incógnitas. Sabía
que estaría perdido si las tuviera y ahora, teniendo a April en sus brazos,
todo lo que pudo hacer fue apretarla más contra él, acariciar su pelo a cómo
podía y oler el suave aroma que desprendían sus cabellos, su cuello, su piel.
Esa piel tan suave que estaba llegando a sentir muy seguido. Ese cuello que
amaba besar. Ese cabello al cual le encantaba oler. Y es que, ni él mismo se
podía creer que estuviese tan enamorado de una persona. Ni mucho menos de
alguien a quien casi podría decirse acababa de conocer.
Recordaba lo que
había pensado aquel primer día. El día en que la conoció. Lo hacía como si
hubiese sido ayer. Él había dicho “Niña de mami” “Se queja por todo, pero vaya
que es linda” “Presa fácil”. Dio una risa sardónica, estaba seguro de que ella
había escuchado ese último pensamiento, pero claro, ¿qué iba a estar sabiendo
él de que era alquimista? Ni en sus más remotos sueños. Pensó que no la
volvería a ver, y si lo hacía, sería una relación libre y sin tapujos.
Sí, claro. Ahora ni
él se lo creía.
Y viendo a April así,
bajo la luz de la luna, en su cama, entre sus brazos, todo lo que pudo hacer
fue suspirar. Se sentía como si fuese suya, como si nadie se la pudiese quitar.
Lo que sentía, era que la protegía y hombre, él sabía que lo hacía. Dios, se
quería quedar así para todo el resto de su vida.
Y…
Joder,
¿desde cuándo soy tan empalagoso?
Estuvo tentado a
encogerse de hombros, sin embargo, lo hizo mentalmente. El amor lo hacía
empalagoso.
Volteando a April
suavemente, la rodó hasta que estuvo cara a cara con ella. La vio a los ojos y
puso su frente junto con la de ella.
—Te amo —susurró, sus
palabras lo único que se escuchaban.
Ella dio un pequeño
suspiro.
—Yo también te amo —Y
sí, esas palabras lo hacían querer gritar a los 4 vientos, mas lo que hizo fue
besarla lentamente, rozando sus labios primero, para luego juntarlos y moverlos
con el ritmo de su corazón.
Después de unos
minutos, él se separó y ella se acomodó en su pecho.
Segundos después,
sintió como su respiración comenzó a tranquilizarse hasta caer dormida y al
verla así, tan frágil y delicada todo lo que pudo pensar fue…
Creo
que he cambiado radicalmente el significado de ser empalagoso…
A
la mañana siguiente…
El sol brillaba con
fuerza, mientras se proponía a amenazar al mundo con sus fuertes extractos de rayos
ultravioleta. Quería lucirse hoy, parecía decir, ya que cualquiera que saliese
sin protección solar podría tener un grave caso de cáncer de piel —y eso sin
exagerar—. Raúl comenzó a restregar sus ojos, cansado. ¿Es que acaso no podía
brillar un poco menos el sol? Quería
seguir durmiendo. Pronto se fijó en la hora, las 9:00 de la mañana. Sí, bueno,
al final no se había levantado tan temprano cómo él creía.
Se fue estirando de a
pocos, hasta que por fin se consideró lo suficientemente estirado como para
poder salir de la cama. Cuando llegó a la puerta, se detuvo de golpe.
Él no tenía camisa.
Casi se da una
cachetada, ¿cómo se le había ocurrido siquiera salir así? Recordaba la primera
y última vez que le había pasado con Eva. Casi lo balacea cuando lo vio salir
así. Él nunca entendió el por qué no podía salir así, pero la cosa es que nunca
lo volvió a hacer. Ni Caleb mismo lo hacía.
Poniéndose la primera
camiseta que encontró de su maleta, se acordó de que había escuchado la voz de
Caleb en la noche. ¿Lo había soñado? No, sonó muy real. Hasta podía jurar que
le había oído maldecir…
O tal vez su mente
sólo le jugaba trucos.
Eso era lo malo de
tener el sueño tan pesado. Una vez, le pasó que se encontraba en su
departamento, tomando una pequeña siesta a las 7:00 de la noche —cosa que, en
lugar de ser siesta, terminó siendo su hora de dormir—, y al despertar, le
habían robado casi todas las cosas de su habitación…
Y él estaba en la
sala. El centro del apartamento… ¡Dónde todo se podía oír!
Había sido el colmo,
sin embargo, pronto encontró sus cosas y ya ni se preocupó de nuevo, de por sí,
no es como si no pudiese despertar, cualquier persona que le diera un fuerte
golpe en su brazo le despertaría y listo, problema resuelto.
Aunque seguía sin
saber por qué lo tenía tan pesado.
Con toda esa embolia
cerebral en su cabeza, Raúl ya había llegado hasta la cocina, donde todos lo
observaban con caras divertidas y radiantes.
—¡Buenos días!
—dijeron todos al unísono. Jeremy frunció el ceño, a él se le había ocurrido
decir “Buenos días” primero, los demás le habían copiado.
Raúl se tocó su
cabello lacio con desdén.
—¿Por qué todos están
bañados desde tan temprano? —Su voz ligeramente ronca. Le dio un beso en la
mejilla a Eva—. Buenos días.
Ella sonrío.
—Buenos días,
dormilón.
Gabe le dio una
mirada pícara.
—¿Y a mí qué? ¿No me
das beso?
Él rió y le tiró un
beso en el aire.
Eva vio a Gabe
escrutadoramente.
—Tú, muchacho, eres
medio raro… —chasqueó su lengua—, ¿eres gay o medio amanerado?
Caleb, quien había
visto la escena con diversión desde que comenzó, se atragantó con sus Froot
Loops. Gabe le sonrío encantadoramente.
—En realidad, es una
larga historia… Verá, su nieto aquí presente…
—¡Ah! ¡Yo me voy a
buscar a Ap, ha durado bastante ya en bañarse! —dijo él, interrumpiéndole y
saliendo de la cocina como si le hubiese puesto fuego en el trasero.
Gabe suspiró.
—Bah, aún no le
contaré. La idea es que esté él, no sólo nosotros… —Eva alzó su ceja con descaro,
pero se encogió de hombros mientras le servía un poco de café a Raúl. Los muchachos
de ahora eran realmente raros.
—¿Y Alex? —preguntó
Joseph, viendo a su alrededor. Realmente no le preocupaba el chico, sino el desayuno
que se encontraba al frente de él, lleno de tocino y una deliciosa dona.
—Oh, él… —Ella le
echó una mirada a su reloj—, debería estar bajando en segundos. El colegio
comienza a las 9:30 y si no se apresura él ya iría tarde… ¡Y no puede llegar
tarde, ya sería su quinta vez!
Frunciendo el ceño,
tomó todo el aire posible que pudiese caber en sus pulmones y…
—¡¡¡¡Alejandro!!!!
—gritó a todo estribor. En cuestión de milisegundos, Alex apareció en la cocina
con una mueca de dolor.
—Perdón, perdón,
perdón, perdón… —le dijo mientras cogía un pedazo de tocino y le daba un beso
en la frente—,¡nos vemos más tarde, mundo! ¡Adiós!
—Adiós, cariño…
—¡Oh, Nana!
—¿Sí?
—Deséame suerte…
—¿Suerte? —lo vio con
extrañeza—¿Y eso por qué…?
—Digamos que tengo
examen de Historia y no estudié lo que se dice demasiado… —observando como la
cara de abuela se oscurecía, Alex corrió hasta la puerta— ¡Te amo!
Ella se volteó,
furiosa con su nieto.
—¡Estos jóvenes de hoy
en día! ¿Quién los entiende? ¡Que Dios se apiade de mí, que realmente lo haga!
Todos en la mesa
rieron.
—Y, ya que el chico
casi no comió… —Joseph analizó el plato con lujuria—, ¿cree que me pueda comer
eso?
Ella le dio una gran
sonrisa al chico. ¿Cómo le iba a decir que no a ese muchacho? ¡Hasta su sonrisa
era tremendamente tierna!
—Yo creo que sí,
corazón.
Sonriendo tal cual
niño pequeño en navidad, él agarró el plato lleno de tocino y lo olió con
esmero. Sí, sería un buen día.
Hasta que Jeremy le
metiera mano y le cogiera un pedacito de su preciado pedazo de salchicha.
—¡Eh! —se quejó,
enojado.
—¿Qué? ¡Comparte con
tu hermano! —Le sacó la lengua, en un acto infantil.
—¡Bah! —le dijo,
mientras cercaba su plato con sus brazos y no dejaba que nadie le tocara.
Esos tocinos eran
suyos.
—¿Por qué esos chicos
tardan tanto? —rezongó Eva, exasperada. Sabía que ya pronto tendrían que irse y
April no había desayunado casi nada. No era bueno hacer investigaciones sin
comer bien, ¡menos en el desayuno, la comida más importante del día!
—Seguramente se están
besu…
—¡Gabe! —Raúl lo vio
con una reprimenda en sus ojos—. Lengua suelta, lengua maldita.
Él rodó sus ojos
azules.
—Lo que sea…
Como si los hubieran
llamado, April y Caleb aparecieron en el marco de la puerta. April se
encontraba en un simple vestido de tirantes con diseño floral, realmente
hermoso y ella se veía preciosa.
Sin embargo, su
rostro no concordaba con los colores alegres de sus prendas.
Eva le dio una mirada
preocupada.
—¿Cómo seguiste, cariño?
—le preguntó, angustiada.
—Un poco mejor,
gracias —le regaló una sonrisa tranquilizadora que no llegó hasta sus ojos. Paseó su mirada por toda la habitación, hasta posar sus ojos en Raúl.
—¿Cómo es que no te
despertaste? —le preguntó, anonadada. Se le veía de lo más despierto. Sin duda
había dormido bien.
—¿Con qué?
Ella le dio una
mirada acusatoria a Caleb.
—¿No le contaste
nada?
Él silbó despistado.
—Digamos que le
hambre me ganó.
April meneó su
cabeza, divertida.
—Anda, ya le digo yo…
—dijo, mientras se sentaba en una silla y esperaba a que Eva le sirviera
desayuno.
Y así, todos
escucharon atentos lo que había pasado la noche anterior, aunque la mayoría ya
lo habían vivido, pero no les importaba. Volverlo a escuchar era tan
emocionante y aterrador como lo había sido el día anterior.
Y vaya que había sido
emocionante.
Una
hora después…
—¿¡Están listos
chicos!? —gritó Joseph a todo lo alto para que los demás fueran bajando ya.
—¡Sí, Capitán estamos
listos! —respondió Jeremy, enérgico.
—No empieces, hermano…
—Yo… —lo miro con
reproche—, está bien.
Después de unos
minutos, todos ya estaban montándose al carro con Caleb al volante. Eva vino
hasta la puerta del conductor y observó a su nieto a través de la ventana
abierta.
—Ten cuidado, querido…
—Sí, Nana…
—Y no se pasen de
idiotas.
Él sonrío.
—No prometo nada.
Ella se encogió de
hombros, para luego darle un beso en la mejilla.
—¡Descubran lo que
tengan que descubrir!
—Así será… —respondió
Raúl, sonriéndole. Caleb cerró la ventana del conductor y así, comenzó a
conducir tensamente.
Todos en el auto iban
nerviosos. No sabían ni qué iban a decirle al hijo de Robert, ¿cómo los dejaría
pasar? ¿Así como así? Ni ellos se lo creían. Deberían tener un plan, mas no lo
tenían y es que, no estaban seguros de nada, ¿acaso él tendría las respuestas?
¿Realmente los ayudaría en la búsqueda que tanto estaban haciendo? ¿Es que
acaso estaban siquiera cerca? Porque, realmente lo parecía, pero sus esperanzas
podían ser quebradas en cualquier momento y eso, exactamente eso, era lo que
más los espantaba.
¿Qué pasaría si todo
fuese una trampa? ¿Si nada hubiese sido real? No querían ni pensar en eso, les daba
un terror inmundo a todos, sin embargo, sabían que, a cómo podía ser algo malo,
podría ser bueno también.
Conforme el camino
avanzaba, las dudas aumentaban. La tensión incrementaba. Todo era absolutamente
surreal. Algunos querían hasta escapar, no querían seguir allí, pero cogieron
valor y se quisieron pegar a sí mismos. Todo ese viaje no había sido en vano y
ellos lo sabían, así tenía que ser.
Finalmente, oyeron el
repiquetear de las llantas del carro en una acera y ahí, vieron la casa que
marcaría su investigación.
La casa del hijo de
Robert.
Era un hogar grande,
muy moderno. El color era de un beige y las ventanas eran realmente grandes.
April supuso que en la parte de atrás habría un jardín trasero y, que la casa
era bastante gigantesca. Tenía unos toques antiguos, que le daban un aire chic
y gran zona verde alrededor.
Se veía como un lugar
de familia y ellos sólo lograron sentirse fuera de lugar.
Armándose de valor,
todos salieron del carro con la frente en alto y sacando pecho. Caleb los
detuvo antes de que dieran un paso más.
—Antes que nada,
debemos saber qué diremos, ¿la verdad? ¿Una excusa? ¿Qué?
Todos se miraron
entre sí, tratando de buscar una respuesta.
—Yo creo que lo mejor
sería decir la verdad. —intervino Raúl, con orgullo.
—Yo también lo creo
—concordó Caleb. Analizó a todo el grupo, en busca de afirmación— ¿Qué dicen?
Asintieron.
—Bien… —tomando un
gran respiro, sonrío—. Allá vamos
Y sin más que decir,
se dirigieron hasta la gran puerta de madera, tocando el timbre al llegar.
En cuestión de
segundos, un muchacho negro, alto y rapado los vio en toda su altura. Los
observó con cordialidad, hasta que su mirada se tornó oscura.
—No me digan que
ustedes son… —se acercó de poco a poco, viéndolos con rudeza—, ¡Dios! ¿Más de
ustedes? ¡Ya les dije, no la tengo! ¡No tengo la piedra! ¡No sé ni por qué andan
detrás de mí, cuando yo ya se la di a la persona correcta! ¡Joder!
El grupo de
alquimistas lo miraron, anonadados. ¿Él había tenido la piedra en sus manos y
la había regalado?
—Nosotros no…
—Sí, sí. No querían
molestar, ¿pues adivinen qué? Todos los Renewed molestan. Ya ni sé por qué se
preocupan por mí, cuando deberían andar detrás de esa vieja loca importante.
—Pero, señor…
Tratamos de decirle que…
—Yo ya no sé ni para
que la buscan si es obvio que esa mujer la va a usar… ¡Es inútil! Es idiota…
—¿Cuál mujer?
—preguntó Caleb, molesto. Tanta cosa que dice el hombre y ellos ni siquiera son
Renewed.
—Pues, ¿cuál más?
—les dijo con desdén y furia a la vez—. La directora chiflada de esa Academia
de alquimistas, no sé cuánto ha pasado ya desde que se la di…
Y así, casi todo ese
grupo de alquimistas, se sintió a desmayar.
Eso no era lo que
esperaban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Deseas comentar la entrada? ¡Hazlo, será un placer leerla! (Y deberías comentar, ¿eh? Es ley o.o Jajaja ok no xD) Sólo que ten en cuenta una cosa... (Y es una cosa realmente seria, ¡te lo digo! Algo así como... de vida o matamos a tu gato ._.! Y dirás, "Ja! Yo no tengo gato" Y yo te diré.. "Exacto ._.") ¡Comenta con respeto! ¡Si no te gusta lo que escribí y quieres decirmelo hazlo con respeto, es lo único que pido! Ahora, si ya te hartaste de leer esta introducción... Comenta :D!
Y recuerda sonreír siempre :3!