—¿Te
confieso algo? —le digo con una gran sonrisa.
—¿Qué?
—Amo que
beses mis mejillas…
—¿Perdón?
—me dice con cara sorprendida.
Rodo mis
ojos.
—Que te
quiero pellizcar las dos mejillas, idiota.
—¿Pero ahora
por qué me dices idiota?
—Por ser
sordo y no escuchar las cosas hermosamente tiernas que te digo…
—Pero… ¿Qué
tiene de tierno que me querás pellizcar las mejillas?
—¡Lo que
tiene de tierno es que QUIERO que me des un beso en la mejilla!
—Pero… ¿por
qué me salís con eso ahora?
Doy un grito
exasperado.
—¿Por qué
tenes que ser tan sordo?
—¿Por qué
tenes que ser tan ciega?
—Yo no soy
ciega, tonto.
—Claro que
sí; si no estuvieras ciega, te hubieses dado cuenta de que te he estado
molestando todo este rato…
Mi ceja se
eleva hasta por los aires.
—¿En serio?
Entonces, ¿qué fue lo que dije?
—Que me
queres pellizcar las mejillas, idiota.
Mis manos
vuelan hasta mi cabeza con molestia hasta que me abraza riendo gravemente y me
besa en la mejilla.
—Pero sos mi
idiota favorita.
Mi cuerpo se
relaja y solo puedo sonreír, acurrucándome en su pecho.
—Y vos el
mío, tonto… Y vos el mío.
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