Búscame, encuéntrame y no me abandones.

Hubo una mañana, en la que te vi partir. Tus zapatos lustrados brillaban con la luz del sol que entraba por la ventana, mientras que tu sonrisa deslumbraba nuestra habitación. Te observé desde la cama, somnolienta y satisfecha, con mis ojos gritándote nada más que mi amor. Te devolviste a darme otro beso, el último para poder ir a trabajar. Y aunque yo quería llorarte que te quedarás,  que me abrazarás un poco más, te dejé ir, sin saber lo que el futuro me podía deparar.

Dime, amor mío, ¿lo sentiste también? ¿Ese pequeño jalón en tu corazón, que te decía que algo no iba bien? ¿Qué el café no sabía igual? ¿Y que tu pareja se veía más especial de lo habitual? Creo que llegaste a vacilar como yo lo hice, cuando tus labios se rozaron con los míos, anhelando que estuvieras en mi cama un poco más. No pensamos en que, ese arrebato tuyo por un pequeño beso, fuera a ser el último que me fueses a dar.

Me dormí de nuevo, pero una pesadilla me despertó. Me llamaban de emergencias, con desesperación en la otra voz. Afirmaban que un camión te había caído encima, no lo viste venir, que si no hubiese sido por pocos minutos, lo hubieses esquivado… Pero no fue así.

“Está muerto” susurraron, pero no lo creí. Y le grité a la enfermera con tantas fuerzas que después ya no podía ni hablar. Me quedé sola, esperándote, no salí de mi cama. Y vi las horas pasar, deseando que llegaras a casa, me tomarás suavemente y hablarás sobre el día. Que tu jefe era un bruto, que la secretaría te molestaba, sin embargo, jamás perdiendo la calma. Deseé con tantas ganas que vinieses y sonrieras, tomándome, reclamándome, amándome, como todas las noches después de disfrutar de una buena cena. Y así me quedé, esperando, porque cuando dieron las 6, mi corazón ya estaba totalmente revolcado.

No volví a recibir un beso tuyo. Una caricia, un roce, ni siquiera tus susurros diurnos. Te fuiste sin aviso y me dejaste sola, ni siquiera preparada para tu pérdida joven y loca. Te quiero de vuelta, amor de mi vida, pero creo que el destino no estará de acuerdo. Y es por eso que quiero que no dejes de pensar en mí, que me cuides desde arriba aunque te duela como a mí. Búscame, encuéntrame, sin embargo no me abandones, porque siempre que sienta tu presencia me tranquilizaré en las noches. Por favor, te ruego, sé mi ángel guardián y nunca, nunca olvides que te amé más de lo que una pequeña podría amar su propio hogar. 

Porque te extraño, te necesito... te amo.