2/11/2012

Capítulo 13!

Capítulo 13.

11:59 de la noche…

Dos ojos, unos profundos ojos azules se asomaban por la ventana del apartamento. Ojos, iguales a la noche que le hacía compañía, oscuros, cautelosos y llenos de advertencia. La piedad no estaba en ellos, y en cuanto pudiera, el ataque sería su mejor amistad.

April dormía tranquilamente en su cama, descansando de los sucesos que le habían ocurrido, hace tan solo unas horas. Estaba agotada, se podía ver a leguas, pero tal vez con un poco más de descanso, su agotamiento acabaría.

Claro, solo si no era despertada por nada como…

Su celular, que empezó a sonar a todo volumen. Se despertó, alarmada y volteó a ver a sus alrededores, localizó el sonido y con mirada cansada, contesto sin ver quién era.

— ¿Qué? —respondió, furiosa, preguntándose quién la llamaba a esas horas.

— ¡Feliz, feliz SI cumpleaños! ¿A mí? ¡A tú! ¡Feliz, feliz SI cumpleaños! ¿Para mí? ¡Para tú! ¡Que los pases muy felices! Y ahora ¡sóplale a la luz! ¡Feliz, feliz SI cumpleaños a tú! ¡Aww! ¿Acaso no cante hermoso, April? Yo sé que sí. ¡Mi hermosa hermanita, que la pases taaan bien en este domingo, con ese sexy de tu novio! Sé que no será igual sin mí, pero aún así. ¡Gracias por aguantarme! ¡Por ser mí mejor amiga, por quererme, por todo! ¿Sabes cuaaaaanto te quiero? ¿No? Sí quieres te lo digo. Te quiero, te quiero, te quiero…

—Scar…

—…te quiero, te quiero, te quiero

—Scar…

—TE QUIERO TE QUIERO TE QUIEROOOOOOO

— ¡SCARLET!

— ¿Sí? —preguntó, con voz inocente.

—Respóndeme una pequeña cosa… —le dijo, con voz enojada pero somnolienta— ¿Me llamaste a las 12 de la noche SOLO para desearme feliz cumpleaños?

—Claro que no…

— ¿Para qué más?

—También te llame para decirte que te quiero y cantarte la canción de Alicia en el País de las Maravillas. ¿Acaso no me oíste?

— ¡Claro que te oí! ¿Cómo no lo haría si me despertaste?

—No lo sé, en fin. ¡Feliz Cumpleaños!

April tomó un profundo suspiro y se relajó… Era Scarlet, de todos modos.

—Gracias, cariño. Te quiero mucho

—Lo sé, es imposible no hacerlo.

—Cómo sea, ya no me podré dormir. Y… ¿Qué haces despierta a esta hora?

— ¿A esta hora? Abuelita que te has hecho. ¡Es temprano! Antes te dormías a la 1:00 de la mañana ¿Recuerdas?

Y lo recordaba, se quedaba hablando con ella por celular hasta esas horas de la noche.

—Sí, pero todo cambia cuando tienes que ir a una Academia, de puros y estrictos alquimistas.

—Lo que sea —April logró sentir, como su amiga rodaba los ojos—¿Qué tal si hablamos hasta que nos quedemos dormidas?

—Me parece perfecto —le dijo, sonriendo.

Hablaron de puras locuras unos cuantos minutos, pero una cosa en April le decía que algo iba mal. No con su amiga, si no con alguna cosa que la rodeaba. No estaba sola, la estaban observando. Se sentía analizada, escrutada con dureza.

Se estremeció ligeramente, y los vellos de su nuca se erizaron.

—Scar…

— ¿Sí, pequeña lombriz?

—No estoy sola —le murmuró, temblorosa.

—¿Cómo que no estás sola? ¿Con quién entonces?

—Aquí hay alguien más…

—No me digas que ya te lo llevaste a la cama… ¿¡Cuándo pensabas decirme que no eres virgen, señorita!? Te dije que ese chico vendría a por ti, nuevamente, era solo cuestión de esperar, solo que no pensé que llegaran a tener s…

—Scarlet, cállate y escucha. Nada de eso está pasando, alguien me está vigilando. Lo presiento.

— ¡Por el amor de Dios! ¡Llama al 911, April! ¡Te van a matar en tu cumpleaños! Llama ya… Por favor, no quiero que mueras —dijo, con auténtico terror— ¿Cuál era el número del 911? ¡AH! ¡LO OLVIDE! ¡VAS A MORIR POR MI, NO ME LO PERDONARE!

—¡Scarlet! ¡Cierra ese pico de lora que tienes! Voy a revisar, colgaré y te llamaré en minutos.

—Vale, pero no tardes.

April encendió la luz de su lámpara y registró la habitación.

 No había señal de vida.

Fue hacia su pequeño balcón, pero no abrió las puertas, solo se fijó por el cristal.

Extrañamente, para ella estaba empañado. ¿Por qué? Sintió un miedo atemorizante, ¿La estaban espiando? Pero luego se dio cuenta, de que ella había sido la que empañó el ventanal.

Un poco más calmada, se cobijo en la cama y llamo a Scarlet una última vez.
 —Scar, tranquila, no era nada. —Le dijo, cuando contestó.

— ¿Enserio? Oh, qué bien. Me estaba cagando del susto

—Yo también, pero será mejor que cuelgue, linda. Un beso, hablamos luego.

— ¡Adiós! Pásala bien con ese sexy.

—Ya te dije que no vendrá.

—Cómo digas, bye.

Y le colgó antes de que pudiera protestar.

April se acurrucó un poco más entre las sabanas y miro con desconfianza a las ventanas, debería cerrar la cortina, pero le daba pereza levantarse. Apagó la luz y se trató de convencer a sí misma, de que todo iba bien. Nadie la espiaba, nadie le haría daño…

Tanto se lo dijo, que se durmió nuevamente.

Nada se oía en la habitación más que sus pequeños respiros, algunos pajarillos que cantaban en la oscuridad de la noche, el viento, soplando al oído de enamorados en camas de otros lugares. Sólo se escuchaba la naturaleza de este mundo.

Se escuchaba el silencio.

Un silencio amenazador.

Los ojos volvieron a cobrar vida en la ventana de aquel balcón, abiertos como platos solo para vigilar mejor.

Tenía que hacerlo en ese momento, antes de que la niñita volviera a despertar.

Extrajo su pequeña llave maestra y abrió fácilmente la puerta de cristal. Entró y sintió un pequeño calor, comparado con el frió de la noche.

Su gran cuerpo se movió con sigilo y sus pasos eran amenazadores y gráciles. Elegancia estaba clavada en su frente, pero más que todo, daba miedo. Miedo, por qué su rostro, no decía nada más que eso.

Se acercó a esa muchacha, tan dócil y frágil, bañada por la luz de la luna, haciendo ver sus pequeños rizos hermosos. Un pequeño movimiento con la mano hacia su cuello, y esos rizos morirían al instante.

La revisó de pies a cabeza, y localizó su objetivo.

El collar.

Movió sus manos a la pequeña cerradura de la cadena de plata, pero antes de poder tocarla, sintió un jalón. Algo le prohibía tocar su preciado tesoro.

Recordó tener que usar la telequinesis, aunque ese era su último recurso.

Clavó sus ojos sagaces en la pequeña estrella del collar, y empezó a mecer sus pensamientos a su única meta. Empezó a levitar, pero no se separaba del cuello de la preciosa muchacha.

Trató un poco más, sus brazos hicieron ademán de ayudar.

Pero nada, ¿Qué pasaba?

No estaba preparado. Debía ser eso, que estúpido había sido. Tenía que entrenarse, lo lograría. Esa rareza sería suya.

Con el mismo sigilo se devolvió al balcón, observando una última vez a su pobre víctima. Sería suya, él estaba seguro. Sin más que pensar, los ojos azules que vigilaron toda la noche el sueño de April, desaparecieron en la oscuridad del pequeño pueblo.

Después de muchas horas…

April tomó su celular, que ahora sonaba con el tono de su madre.

— ¿Mamá?

— ¡April, cariño! Feliz cumpleaños, corazón. Te extraño tanto, no sabes cuánto, hoy cuando me levanté pensé en el día que te tuve ¿Sabes? Tan pequeña y unas pestañas tan largas como las piernas de una supermodelo. Mi hermosa niña, ya tienes 18 años… ¡Oh Dios, 18 años! ¡Eso me hace más vieja! Ojalá estuviese conmigo, amor.

—Lo sé, mamá, también te extraño. Te amo mucho.

—Yo también, preciosa. —Un nudo atravesaba su garganta— Cuando vuelvas para la Navidad, te daré tu regalo, cariño.

—Sí, mamá. Me lo habías dicho como mil veces.

—Oh… no me acordaba —Un ruido se oyó al otro lado del teléfono— Amor, tengo que colgar.

— ¿Estás con alguien, mamá?

—Mmm….Sí, nadie en especial. En fin, adiós querida, pásalo genial.

—Gracias mamá, hasta luego.

Y colgaron.

Ella se sentó a un lado en su cama y miró su reloj, 12:30. Ni rastro de Caleb. Que idiota había sido, se la había puesto poco difícil, se había mostrado como una chica de lo más fácil para él y por eso no la buscaba más.

No era su culpa, no tenía experiencia con nada de eso.

Recordó esa misma noche, cuando se fue a dormir. Sus sueños habían sido realmente raros, pero no lograba recordar cómo habían sido. Suponía que estaba más loca de lo pensado.
Se levantó y se dirigió hacia su espejo, mirando su vestido una última vez, antes de quitárselo.

La idea no era ponérselo si quiera, pero al verlo allí, tendido, sucumbió a la tentación.

Le quedaba de perlas. El azul marino hacía que sus verdes ojos resaltaran y el diseño, que sus curvas se vieran hermosas, con esos tacones tan lindos del mismo color, nadie podría resistírsele. Se veía espléndida y la entristeció saber que nadie la podría observar.

Fue hasta su balcón y observo la hermosa vista que este daba. Las montañas estaban a lo lejos, adornando el paisaje del cielo azul con ese Sol resplandeciente. Bajo la vista y observo unos cuantos niños que caminaban por el parque, tomados de la mano con su madre, algunas parejas paseaban por allí, de lo más acarameladas y sintió una punzada de celos.

¿Por qué no le podía pasar así, como a esos tortolos?

Bajo la vista hacia la calle, para no ver esa pequeña tortura.

Estaba vacía y sin carros, que era de costumbre, con tan solo unos cuantos taxis aparcados en la cera.

Vislumbró una motocicleta entrando por una pequeña calle y a un chico grande, con un súper casco. El chico aparcó en la acera de los apartamentos y sintió curiosidad ¿Quién era?

Focalizo un poco para ver mejor y se quedó pasmada.

Era Caleb. Tan apuesto como siempre, con una camisa negra que remarcaba sus bíceps y unos jeans desgastados. Su cabello estaba bien peinado y se le veía maravillosamente atractivo. ¿Por qué venía hasta ahora?

Caleb alzó la vista hacia su ventana y le sonrió desde lo bajo, haciéndole señas para que bajara.

Iba a salir corriendo para hacerlo cuando recordó lo que le había hecho. Esperó demasiado para comunicarse con ella, así que ella lo haría esperar también. No sería fácil si se quería disculpar, nada de eso. Haría el intento de ser una chica difícil.

Se dirigió hacia su tocador, donde decidió maquillarse con toda la paciencia del mundo.

Tomó su rímel y delineador, con el rizador de pestañas, haciéndolas ver más largas de lo que ya eran. Cogió los polvos y los pasó por su rostro, dejándolo con un toque bronceado, tomó el lápiz labial color rojo y lo pasó por sus labios, haciendo que se vieran tentadores y rellenos y le agregó un poco de brillo. Por último, uso la sombra de ojos, de un color azulado, haciendo que sus ojos parecieran fieros y gatunos.

Se dio una mirada al espejo y se sintió hermosa. Muchísimo y así lo era.

Agarró su bolso, echó su celular y salió corriendo para llegar a las escaleras. Las bajo calmada, con paciencia y con una gran sonrisa en su cara.

Llegó a la recepción pero no visualizó a Cami, así que salió en busca de su amado.

Al salir a la luz del Sol, no pudo evitar soltar el aire contenido, se veía tan guapo que no podía soportarlo, con su aspecto relajado pero duro y sus converse All Stars de siempre. Iba a sonreír pero recordó su promesa.

Él se quedó boquiabierto al verla llegar. Traía un vestido azul que caía ligeramente sobre sus muslos, haciéndolos lucir largos y perfectos. Su pequeña boca estaba pintada en un rojo carmesí que le hizo querer quitárselo de encima, no por qué no le gustara, si no porque se lo quería quitar a besos. Pero sabía que debía de estar enojada.

La vio acercarse lentamente, contoneándose tentadoramente y haciéndole sufrir.

Se separó de la moto, y sonrió.

— ¿Con qué llegando tarde no?

—Por lo menos yo no llego 2 días tarde. —le respondió, ceñuda.

—No fue mi intención April, la directora me quitó mi celular.

En su rostro vio que la había sorprendido, obviamente no se lo esperaba, luego pareció aliviada y de nuevo enojada.

—Pero, eso no quita que no me hayas venido a visitar.

—No podía, le pusieron GPS a mi carro, y me prohibieron visitarte.

Sus ojos se abrieron como platos.

— ¿GPS? Pero… podrías haber venido a pie.

—Nuestro collar tiene GPS, April. ¿Acaso no lo sabes? —le preguntó, divertido. Sus facciones mostraban todo, menos cólera.

—Entonces te lo quitas.

—Renunciando al alquimismo

April frunció el ceño, pero en sus ojos paso un atisbo de diversión.

—¿Y cómo es que has logrado venir hasta aquí hoy?

Simple, fui a la casa de Raúl, tomé “prestada” su moto, y quité algunos GPS que incrustaron también en mis zapatos, Jeremy me ayudo a parar el  chip de mi collar y luego pase a recoger mi celular, para después venir en moto y recogerte —le dio una sonrisa ladeada.

April se relajó pero seguía en guardia.

— ¿Y por qué se supone que no podías verme?

—La directora me dijo, que las relaciones entre alquimistas y alquimistas eran prohibidas en la Academia. De seguir con ella, nos daría una sanción que no es nada bonita.

April estaba perpleja, todo lo que había exagerado para nada.

—Oh…

Caleb se acercó un poco más a ella, tomándola por la cintura y sonriendo.

—Feliz Cumpleaños, April

Rozó sus labios con los de ella, tentándola, pero ella no cayó, lo separo ligeramente, y una sonrisa cruzó por sus labios. Él se quedó atónito, y supo que April se había enojado realmente.

—No soy tan fácil como parezco, Caleb.

— ¿Fácil? Tú eres todo menos fácil. —le dijo, ceñudo.

—Me alegra que lo pienses, pero si enserio quieres estar conmigo, te costará caro.

— ¿Acaso no te dije que no fue mi culpa?

—Aja… —le dijo ella, llena de diversión.

— ¿Entonces?

—Pudiste haberlo hecho mejor, cariño.

La miró unos segundos, y rió, pero era una risa amarga. Esto era un desafío.

—Vale. Móntate —le dijo, señalando la moto.

Ella miró al objeto con miedo y disgusto, pero se subió lo mejor que pudo con su vestido.

Se dijo a sí misma, que no le daría el gusto de abrazarlo en la moto, por lo que se agarraría de atrás.

Ya en la moto, él hizo sonar los motores.

— ¿Lista? —le preguntó.

—Siempre

Caleb arrancó la moto suavemente y April logró sostenerse desde la parte trasera de la moto, él se volteó hacia ella y alzó las cejas, en señal de sorpresa, para después hacer que la moto diera un gran salto, asustándola y haciendo que se tuviera que agarrar en él. Pasó sus manos, insegura por su cintura, y lo abrazó muerta del miedo.

—Lo hiciste a propósito —masculló ella.

—Que bien me conoces, cariño —le respondió, pícaro.

Sus travesuras apenas empezaban.

Media hora después…

April se encontraba apoyada en la espalda de Caleb, apreciando del hermoso paraíso ante sus ojos. No sabía hacia dónde la llevaba, pero sin duda era un lugar precioso. Árboles rondaban hacia cualquier lugar que mirara, y el cielo era tan azul que tenía que tomar grandes bocanadas de aire, para darse cuenta de que era verdad, en uno de los tramos logró ver varios lagos, pero Caleb no se detenía en ninguno.

¿Dónde la llevaba?

—Caleb… ¿Dónde estamos? —le preguntó, embobada.

—Te he traído a un pequeño pueblo de Seattle, alejado del nuestro. Se llama Little Sky.

—Y me trajiste aquí… ¿Por qué?

—Aunque no lo parezca, este pequeño pueblo de Estados Unidos, tiene los mejores libros de todo el país. Desde libros viejos hasta los más actuales, y recordando tu fascinación por ellos, decidí venir aquí.

A April se le hizo un nudo en la garganta. Se había acordado de ella.

No sabía que decir, así que solo se apretó más en contra él y murmuró:

—Gracias, Caleb.

—De nada, April.

Siguieron unos cuantos minutos más en la carretera hasta que vio esa gran maravilla. Un edificio gigante, más grande que las Torres Gemelas, con ventanales hermosos y puertas de un tamaño sorprendente, hecho a base de madera, roble podría decirse, y el contenía porche unas escaleras, tremendas.

Eso debía ser el cielo.

April tomó aire y Caleb rió, había sido una buena decisión.

Aparcó en la cera de la gran biblioteca y se bajo de ella, agarrándola por la cintura y ayudándola a bajar.

Cuando puso los pies en el suelo, él la soltó y la tomo de la mano.

— ¿Lista?

April solo logró asentir con la cabeza y se dirigieron a la majestuosidad de ese gran lugar.
Subieron las grandes escaleras de madera, y Caleb le abrió la puerta a April para que pasara.

Sonrió y entro.

Se quedó pasmada con la vista. Miles de estantes estaban en fila, estantes hechos de madera pura con millones de libros en ellos, categorizados por romance, terror, drama, de todo. Un pequeño escritorio donde estaba sentada una viejita, con una computadora y miles de mesas, para sentarse a leer.

Caleb la empujó para que avanzara y así lo hizo.

Salió casi corriendo hacia los estantes al reaccionar.

Encontró varias secciones, pero buscó en romance, vio ejemplares de los mejores y más buscados. Pero ella buscaba su sueño de niña.

Se fue a Historia, pero tampoco estaba el famoso libro, ¿Dónde se encontraba? ¿Lo tendrían?

Busco en ficción y no ficción, pasó por miles de libres, toco sus portadas, las admiro y casi lloró de sus hermosos diseños, viejos pero perfectos.

Cuando se iba a dar por vencida, se fue hasta Aventura No- Ficción, una sección que nunca había identificado, vio algunos libros y busco por la letra L, hasta que lo encontró.

El libro “The Little House on the Praire” De Laura Wilder Ingalls.

¡Al fin! ¡Lo había conseguido! Dio un pequeño grito e inmediatamente apareció la viejecita de la recepción, callándola con la mirada.

Rodó los ojos y lo contemplo. Era una reliquia.

Desde pequeña, había aclamado por ese libro, la serie que daban en un viejo canal de televisión sobre una pequeña niña que contaba su historia en su granja la llenaba de anhelo, y ahora podía saber cómo había sido todo en realidad.

Lo único que tenía que ver era el precio…

—¿QUÉ?—Susurró, en un pequeño grito de disgusto. El libro era demasiado caro, no se lo podía permitir, de todos los libros de la historia, ese era el más costoso que se había encontrado.

Se sintió extremadamente triste y guardó el libro de nuevo en su lugar.

— ¿No lo vas a llevar? —le preguntó Caleb, detrás de ella.

¿Cómo había llegado hasta allí?

—No… Es demasiado caro. —le dijo, volteándose a verlo. Mala idea, debido a que estaba a pocos centímetros de su rostro.

—Déjame ver —le susurró, acercándose más. Tomo el libro y vio el precio.

Sonrió un poco y la miró, feliz.

—Te lo compro como regalo de cumpleaños, ¿Qué dices?

April abrió los ojos como platos.

— ¿Estás loco? ¿Ya viste el precio?

—Sí, ¿Y?

— ¡No, Caleb! Es demasiado, déjalo.

—April… La expresión de tu cara al ver este libro vale más que cualquier otra cosa.

Ella se sonrojó muchísimo, pero siguió con su idea.

—Aún así, Caleb. No, es demasiado caro.

—No para mí. No tengo problemas con el dinero, cariño.

—Pero…

—Nada, lo llevare y punto.

Cogió el libro, y le acarició la mejilla.

La guió hasta la recepcionista, quién los vio con una mirada pícara.

— ¿Lo alquilara o comprara? —les pregunto la pequeña viejecita, delgada como un palo pero astuta como un zorro.

—Lo compro.

— ¿Tarjeta o efectivo?

—Efectivo —Caleb le pasó un fajo de billetes y April los vio, atontada.

No mentía cuando decía que tenía dinero.

La señora contó el dinero, les dio una sonrisa de oreja a oreja y dijo:

—Es todo suyo.

April sintió que esas palabras tenían doble sentido, pero lo dejó pasar.

Salieron de la maravillosa biblioteca y cuando estaban cerca de la moto, él le entregó su amado libro.

—Lo vuelvo a decir, feliz cumpleaños, April

Ella tomó el libro y sonrío más feliz que nunca, luego lo vio a los ojos. Esos ojos grises, con destellos azules que la hacían sentirse en las nubes

Al diablo con hacerme la difícil.

Ella le lanzó los brazos al cuello y le plantó un beso en la boca. Él se sorprendió pero la tomó de la cintura, haciendo que ella quedara con los pies en el aire, empezó a mover sus labios a un ritmo suave y lento, ella empezó a  acariciarle el cabello— Amaba que hiciera eso—, para luego dar paso a sus lenguas, jugando una con la otra al gato y el ratón. La estrecho más contra él y ella suspiro, era lo que había esperado tras esos días, y sabía que se lo merecía. Tal vez lo haría sufrir un poco más, pero por ahora, un beso no hacía mal a nadie.

Cuando se separaron, ella se apoyó en su pecho e inhaló su olor. Pino y menta.

—Gracias, Caleb. Muchas gracias, no sabes cuánto significa para mí —le susurró, con un nudo en la garganta.

Era una llorona, pero no lo podía evitar, una lágrima paso por su mejilla.

Él la apartó para verle a los ojos, y le limpio el agua salada que salía de esas joyas esmeraldas

Sonrió.

—Con tal de verte sonreír, haría eso y mucho más, April. —Ella lo miró y lo beso de nuevo, tomando el rostro de él entre sus manos, saboreando sus labios y separándose al final.

—Algún día, te lo recompensaré.

—Ya veremos. Ahora ¿Vamos? —le preguntó más que feliz.

— ¿A dónde?

—A la sorpresa, ¡duh!

La llenó la curiosidad y lo siguió hasta la moto, más alegre de lo que pudo haber estado en su vida.

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