7/09/2012

Capítulo 19.


—Fue fácil, ¿no? —dijo, sentada en su gran silla. El lugar estaba oscuro, sin embargo, la luz de la luna menguante iluminaba un poco la estancia. La mujer cruzó sus piernas y sonrío maliciosamente. Observó al apuesto hombre de ojos azules, que estaba a unos centímetros de ella y movió su cabellera. Él era todo un encanto.

—Realmente sencillo… La chica es, ¿cómo lo explico? —Pensó algunos segundos antes de responder—. Muy inocente.

—¿Inocente? —Ella dio un suspiro burlón —No parecía serlo cuando la vi…

—Las apariencias engañan, ¿recuerdas, querida?

—Si eso dices…

Él asintió y camino unos segundos, pensativo. De un momento a otro, se volteó y la miro con ojos escrutadores. Le sonrío pícaramente y guiño su ojo, para después acercarse, alzarla y sentarse en la silla… Ella en sus regazos.

—¿Crees que interferían en nuestros planes? Después de todo, están realmente cerca… —dijo, mientras pasaba una mano atrevidamente por su pierna descubierta… Vaya, pensó, la falda le luce muy bien.

—No, no lo harán. Recuerda que ellos se encargaran de matarlos. Después de todo, son jóvenes… Unos jóvenes muy curiosos para mí gusto y, ahora que nos encontramos a tan sólo días de conseguir lo que queremos, no lo permitiré.

—Mmm… —pasó su nariz por su cuello, delicadamente. Ella se retorció contra él—. Tienes toda la razón, pronto estarán muertos, así que… Es pan comido.

—Pues claro, a menos de que esos estúpidos no sepan hacer su trabajo, estamos perfectamente seguros. —le dio un pequeño beso en los labios—. Además, si ellos no lo logran, nosotros nos encargamos de ensuciarnos las manos.

—Me parece… No son los primeros y, no serán los últimos.

—Exacto… ¿Sabes algo?

—¿Qué? —preguntó él, mientras besaba su cuello.

—Amo que te pongas con esa actitud de… malote.

Él le sonrío.

—Es que lo soy, amor. Y tú, eres igual que yo.

Sin más que decir, la besó ávidamente, llevándola a ver ángeles en el cielo. Sus manos estaban por todo lado y ella, encantada, se dejaba llevar. No se preocuparon por nada, pues estaban seguros de que todo saldría bien. Absolutamente todo.

Mientras tanto, a kilómetros de allí…

—¿Dónde rayos se han metido? —preguntó Darwin, enfadado. Llevaban casi todo el día buscando a ese grupo de muchachos alquimistas y nada que aparecían. Al principio, había parecido muy fácil. Los perseguían, estallaban sus llantas y listo. Estarían en sus manos, pero no. Tenían que meterse por medio desierto y ponerlos a buscar…

A veces la vida era tan complicada.

—Darwin… ¿Sabes que aunque te preguntes eso mil veces, no aparecerán, verdad?—le preguntó Charles. El profesor se encontraba cansado hasta la médula. No sabía que perseguir a unos chiquillos sería tan difícil, además, había venido con el propósito de zafarse del trabajo, no de sudar como cerdo.

Aunque tal vez le ayudaría a bajar un poco de peso…

—Cállate, puede que funcione. —esperó unos segundos, como si fuesen a aparecer por arte de magia, pero nada. Dio un suspiro agotado.

—Tengo sueño, ¿sabes? Cuando tienes hijos de 7 y 9 años, nos acostamos normalmente a las 9:00 pm. No a las 11:00 de la noche, como ciertas personas solteronas de por acá… —hizo un ademán con su cabeza hacia él.

—Ya lo sé, sin embargo, estamos cerca. Ya encontramos el carro de la Academia, no deben andar muy lejos.

—Eso significa que hoy no voy a dormir, ¿verdad? —preguntó Charles, triste

—Exacto, pero… ¡Hey! Finalmente llegaremos al objetivo final. —le guiño un ojo—.Todo irá bien, ¿sí? No te preocupes. Estoy seguro de que llegaremos…

—¿Y qué pasa si no lo hacemos?

—Eres un pesimista, Charles… Sólo hay que seguir caminando, deben de estar por allí. Además, sus dos llantas están estalladas, les costará encontrar ayuda.

Él rodo los ojos.

—Lo que sea.

Y sin más que decir, se fueron caminando con el cielo estrellado encima de ellos. Estaban seguros de que llegarían hasta ellos, en algún lugar debían de estar. De por sí, era por su bien. Estarían mejor así. Él lo sabía…

Si tan sólo supiesen qué tan cerca estaban.

A la mañana siguiente…

Labios… Algo caliente… ¿o eran besos? ¡No, lengüetazos! Esperen… Parecía una combinación. April sonrío en sueños. Que real se sentía todo; Caleb besándole el cuello y el rostro, mientras ella dormía en sus brazos. Ojalá fuera real. Juraría que hasta podía sentir su respiración.

—Ap, despierta —susurró una voz. Frunció el ceño. ¿Qué hacía escuchando cosas en sus lindos sueños? Nadie debería de molestarla, después de todo, eran sus pequeñas fantasías. Debían de ser como ella quisiera.

—Ap, princesa. Vamos…. —Dios… Esa voz le gustaba. Era sexy, pero dulce. Casi podía derretirse, sin embargo, derretirse no la haría despertar, ¿o sí?

—Si no te levantas, empezare a meterte mano. —Ahora se escuchaba pícara. Que hermosos eran sus sueños…

—Tú lo pediste… —De pronto, sintió algo demasiado real acariciando su pierna. Como si se hubiese despertado una alarma en su interior, abrió los ojos como platos.

—¿Pero qué…? —April se sintió rodeada por dos brazos torneados. Volteándose rápidamente, buscó ¿qué era lo que pasaba? Mas, paró de hacerlo cuando recordó que estaba durmiendo con Caleb.

Se recostó de nuevo en su brazo y suspiró.

—Vaya susto me has pegado… —le reprochó ella. Él apretó su abrazo mientras sonreía.

—Pues, como no despertabas, no me quedaba de otra.

—Vale, pero estaba durmiendo tan bien.

—Claro, soñabas conmigo, ¿a qué sí, linda?

—Claro que no… —aunque su sonrojo la delato. Él sonrío con satisfacción.

—Lo sabía —April rodó sus ojos y se giró para verle el rostro. Él le dio una media sonrisa y no pudo evitar sorprenderse de ver que hasta después de dormir era de lo más guapo. Su cabello estaba un poco despeinado y le había crecido un poco de barba, pero eso lo hacía verse todavía mejor. Además, su sonrisa seguía igual que siempre, blanca como las nubes. Los hombres eran suertudos, pues las mujeres siempre que se levantan parecen espantapájaros… Y sólo con ese pensamiento, April se alarmó por completo.

—¡Oh, por Dios! ¡No me veas! ¡Debo de verme fatal! —le reprendió mientras escondía su cara en su pecho. Caleb se rió.

—Ap, ¿De qué hablas?

—¡De mi rostro! ¿Acaso no sabes que cuando una mujer se levanta en las mañanas es peor que el coco en persona?

—April… —Caleb la vio confundido—, primero que todo, el “Coco” no existe y segundo, te ves hermosa.

Ella rodó sus ojos.

—Por favor, lo dices sólo porque soy tu novia. Además, el Coco sí existe.

—No lo hace…

—Claro que sí, yo lo he visto. Y ahora, deja de discutir conmigo a estas horas de la mañana…

Él sonrío tiernamente y la separó de su brazo para verle la cara de una buena vez. April empezó a forcejar, pero finalmente logró despegarla y verle a los ojos.

—Hermosa, ¿ves? —No pudo evitar sonrojarse—, y ahora señorita complejos, levántate, que los chicos han conseguido a alguien que nos ayudará. En este momento deben de estar colocando las llantas.

—¿En serio? ¡Qué bien! ¡Me alisto en segundos! —Rápidamente, se levantó de un salto y empezó a caminar de un lugar a otro. Ahora que lo pensaba, ¿con qué se alistaría, si la ropa que habían traído la estaban usando de almohadas?

—¿Acabas de darte cuenta de que no puedes cambiarte, no es así, payaso? —dijo una voz demasiado afeminada. Gabe. April lo buscó con la mirada por todos lados, hasta que lo vio, sentado en un tronco de la noche anterior.

Él alzó una ceja, divertido.

—¿Qué pasa, pichoncito? ¿Es que no te has visto en un espejo? Tú pelo está todo alborotado y el maquillaje hasta se te corrió.

—Claro que… —De pronto, cayó en la cuenta de que Caleb seguramente había mentido. Debía de verse fatal — ¡Ya vuelvo!

Y sin decir más, se fue corriendo entre las ramas del bosque. Caleb lo vio con el ceño fruncido.

—¿Qué? —preguntó Gabe, inocentemente.

—¿Era necesario decirle eso?

—¡Pues claro, era la verdad!

—Gabe… —le advirtió él—, Ap se veía preciosa tal y como estaba. Déjala en paz.

—Bah, eso lo dices tú, que estas hasta las cachas por ella, pero yo que soy consciente y tengo ojos, veo que se ve fatal. A cualquiera le pasa. —Caleb rodó los ojos.

—No se veía “fatal” y si quieres saber qué es verse así, mírate en un espejo, porque la madrugada te viene mal —le guiño un ojo, juguetonamente.

—Ja-ja. Sé que sólo lo haces por molestar… —Aunque no pudo evitar tocarse el rostro, en busca de alguna imperfección en su cara. Caleb se carcajeó por el gesto y Gabe le sacó la lengua.

—Eres un hijo de…

—¡Ya volví! —gritó April, mientras se acercaba corriendo felizmente.

—…La chingada —terminó Gabe torpemente debido a su llegada. Sabía que si decía alguna palabrota lo regañaría en todo el camino y no quería eso.

—¿Chingada? ¿Qué es eso? —Los vio confundida— ¿De qué hablaban?

—Oh, Gabe sólo me decía como yo era un…

—¡Palabras mexicanas! ¡Le estaba enseñando palabras mexicanas a Caleb!

—Oh… claro. —dijo ella, confundida—. En fin, ¿nos vamos yendo ya?

Los dos asintieron, obedientemente. Caleb recogió las últimas cosas que aún quedaban del campamento improvisado y tomó a April de la mano. Gabe por su parte, se les adelantó y comenzó a caminar con sus pantalones rosas como si fuera una pasarela. En algún momento de todo el recorrido, él se volteó, los vio a ambos con desdén y les sacó la lengua en un arrebato infantil. La pareja le hizo un gesto un poco inapropiado para su gusto.

—¿Los demás ya están allá? —preguntó April, curiosa. Suponía que debía de ser así, debido a que no había visto a Raúl o a los gemelos en la mañana.

—Sí, en efecto —afirmó Caleb—. Lo que pasa es que, a las 5:00 de la mañana Joseph no podía dormir porque decía que le faltaba “el calor de su propia cama” y Jeremy, como gemelo leal dijo prácticamente lo mismo. Raúl se despertó porque los oyó a ellos dos hablando y les pidió educadamente que se callaran y a educadamente me refiero a “Cierren la maldita boca de una buena vez”. Yo, por mi parte, me desperté cuando oí el gran insulto y pedí saber qué pasaba, me lo contaron y como a los 5 minutos decidieron buscar ayuda. Me volví a dormir y casi que a las 7:00 llegaron, diciendo que habían conseguido a alguien.

—¡Woa! ¿Todo eso pasó mientras yo dormía?

—Ajam… Aunque yo también estaba dormido, no te preocupes. Pero… ¿Te han dicho que tienes el sueño pesado?

—Um… —April pensó unos segundos antes de responder. Realmente, su madre decía que roncaba, pero no le preguntaría eso a él—. Mi mamá dice algo como eso…

—Pues tiene razón, por lo menos no roncas. —ella le vio fascinada, pensando que había adivinado lo que pensaba, mas al ver su cara divertida supo que le había leído los pensamientos.

—¡Caleb! —le pegó fuertemente en el brazo—. ¿Cuántas veces te he dicho que no leas mis pensamientos?

—Como 2… Además, ¡eso dolió! —le reprochó mientras se frotaba la parte afectada, tratando de alivianar el dolor —. Eres una agresora, Ap. Te demandaré, en serio.
Ella se rio fuertemente.

—Eres demasiado dramático, cariño.

—Claro, ahora me dices cariño, pero hace unos segundos me estabas pegando con todas las ganas del infierno.

—¡Esas palabras, Caleb!

—¡Ves! Eres medio bipolar, Ap… —él le dio una mirada divertida—. Ahorita me vuelves a pegar y después me das un beso de recompensa.

—¡Mira quién habla! El bipolar aquí, eres tú.

—Bah, los dos somos así y punto. —Ella le hizo un pequeño puchero y él la beso, haciendo que sonriera.
—Te dije que eres una bipolar. —April se rió.

—Cállate.

Y así, siguieron caminando por el bosque hasta lograr salir a la carretera. De ahí, dieron la vuelta y se encaminaron por el desierto que habían pasado hace tan sólo un día. Comenzaron a caminar con el calor aumentando y sin siquiera un poco de agua en el que tomar, aunque finalmente, con un poco de paciencia, llegaron al carro con los demás.
Raúl estaba colocado al lado del carro, colocando una llanta ya inflada y Jeremy se encontraba ayudándolo. Joseph, por su parte, estaba agradeciéndole a una pareja de viejitos que le sonreían abiertamente. April pronto notó que había otro carro parqueado al lado del de ellos y supuso que era el de la pareja.

Los tres vieron como Joseph se despedía de los señores y como ellos se iban con algo en las manos. Cuando llegaron hasta ellos, el gemelo les sonrío.

—¡Ya tenemos todo listo! —gritó, entusiasmado. Su cara se había tornado en una bola de felicidad.

—Vaya, alguien amaneció optimista. —le dijo April, sonriente. Él la observó y le plantó un beso en la mejilla.

—¿Crees que el optimismo servirá para que me des un beso?

—No lo creo, amiguito. —él suspiró triste y ella le dio una palmada en la espalda, reconfortándolo. Caleb rodó los ojos.

—¿Están listos por allá? —les preguntó a Raúl y Jeremy.

—¡Sí, todo listo! —le respondieron al unísono.

—Bueno, entonces vamos —intervino Gabe, pasando a todos por alto. Fue el primero en subirse al auto y acomodarse al lado de la ventana.

—Buchón ese. Cogió el mejor lugar —se quejó Jeremy, frunciendo el ceño.

—¿De qué te quejas? Mientras no vayas en el centro, no te irá tan mal —Caleb le guiño un ojo—, además, el centro tiene mejor vista.

—Lo que sea —le respondió él, mientras se metía detrás de Gabe al coche.
Raúl los observó a todos, como no sabiendo qué hacer, así que se encogió de hombros, flexionó sus brazos y se adentró al auto como todos los demás.

—Dios, todos aquí son tan dramáticos…. —Joseph se quedó analizando la situación unos segundos. —¡Esperen! ¡Esos idiotas no se dieron cuenta de que me acaban de dar la oportunidad de ir en la ventana! ¡Ja! ¡Estúpidos!

April y Caleb observaron divertidos como Joseph se iba dando saltos por todo el recorrido. Riendo, se dirigieron hasta el carro y, como todos los demás, entraron en él.

—¿Listos, chicos? —les preguntó, Caleb.

—¡Sí, capitán estamos listos! —le respondió Jeremy, divertido. Caleb rodó los ojos.

—Si piensas que voy a seguir el diálogo de la canción de Bob Esponja, no lo haré.
Jeremy le lanzó una mirada acusatoria.

—Te odio.

—Y yo a ti, chiquitín. —Todos en el auto rieron y Caleb se encargó de encender el carro y comenzar de nuevo por la carretera. Claramente, tardarían en salir de ese mini desierto, pero de que lo harían, lo harían.

Pasaron unos minutos en silencio total, hasta que Jeremy rompió con todo y empezó a cantar como borracho la canción principal de “Bob Esponja”

Todos gimieron con horror.

¡Vive en una piña debajo del mar! ¡Bob esponja!

Caleb le lanzó una mirada a April y ella sonrío, divertida. Él tomó su mano y besó sus nudillos, manejando y manteniendo sus dedos entrelazados.

—Dios, realmente dan asco —se quejó Gabe, moviéndose incómodo en su asiento.

—Own… ¿Quién está celoso? —le molestó Joseph, mientras le daba un pequeño golpe en el hombro. Él hizo una mueca.

—Malditas almas alquimistas… —murmuró, enojado.

—¿Almas alquimistas? —preguntó April, mientras se volteaba a curiosear.

—Sí, ya sabes. La razón por la que ustedes se enamoraron en menos de un segundo…

¡El mejor amigo que podrías desear!

Ella abrió los ojos como platos y se sonrojó. ¿Cómo sabían eso? Caleb sonrío ante su inocencia y le acarició la mano. Tal vez se le había olvidado contarle ese pequeño detalle…

—¿No la conoces? ¿La lógica de ello? —intervino Raúl, ignorando los alaridos que daba Jeremy mientras cantaba.

Ella negó con la cabeza.

—Mi madre no era alquimista, sólo sabía lo básico —se encogió de hombros—. Es por eso que no sé muchas cosas que se consideran “básicas”, así que… ¿Podrían explicarme?

—Claro, mira… Se supone que… —empezó Caleb.

—¡Espera! ¡Yo le cuento! ¡Soy mucho mejor que tú en eso! —le advirtió Raúl.

—Pero…

—¡Nada, nada! Ya lo hago yo…

—Lo que sea… —dijo, rodando los ojos. April le sonrío tiernamente.

¡Booob esponja! ¡Booob esponja! ¡Booob esponja!

—Mira, April… Ya sabes que los alquimistas no somos normales. Nuestras habilidades, inteligencia y demás, son superiores a la de un simple humano, pero no sólo nuestra mente es diferente… Sino también nuestro corazón y alma. En otras palabras, nuestra forma de amar. —la penetró con sus ojos, para ver si ella le seguía. Casi hipnotizada, asintió.

—A la hora de amar a alguien, no somos cuerdos. Al primer tacto con el alquimista deseado, quedarás enamorado para toda la vida, al igual que el otro involucrado… —abrió la boca para preguntar algo, pero Raúl la cortó—. Y antes de que lo preguntes. No, el chico no se enamora contra su voluntad, todo lo contrario, al enamorarse lo hacen el uno al otro, mutuamente, en el mismo momento en que se vieron y/o tocaron.

—Pero, no entiendo… —replicó ella—. En nuestra mayoría somos mujeres… ¿Cómo hacen ellas para encontrar pareja? Y, ¿ellos también?

—¡Déjame y contesto yo, porque tú haces que me quiera dormir! —le dijo Gabe. Raúl le pegó un puñetazo, sin embargo, no se inmutó.

—Veras April, el amor en nuestro caso va conforme nuestros niveles. El primer nivel, es el de ustedes, los que casi no se encuentran. Normalmente, se enamoran de alquimistas —si es que encuentran—. Los de segundo y tercer nivel, como nosotros, tenemos varios casos.

—¿Cómo cuáles?

¡La pizza de Don Cangrejo es la mejor pizza para ti y para MÍ!

—Dios santo. Hagan que se calle… —dijo Raúl, en tono lastimero.

—Digamos… Si un chico alquimista se enamora de una muggle y ella es la elegida, por ende, se enamorarán del uno al otro. En cambio, si un chico alquimista se enamora de otra alquimista de nivel 2 o 3, podrían quererse, mas no amarse para siempre, como lo harían con el de su mismo nivel… —April escuchaba absorbida.

—Sin embargo, en el caso de una chica —prosiguió—, sería muy diferente. ¿Por qué? Si ella se enamora de un muchacho normal, no necesariamente el chico tiene que ser el “elegido”, puede que él se enamore, pero no tanto como ella…

—Pero, ¿Cómo saben quién es él o la elegida? —Les preguntó ella.

Tuku tuku tuku PIZZA tuku tuku wichu wichu PIZZA.

—Amm… —Gabe dudó antes de decirlo— Te explicaré con un ejemplo, ¿vale?
April asintió.

—Caleb y tú están locamente enamorados el uno al otro, ¿no? —Ella se sonrojó mientras que Caleb reía y asentía—. Tranquila, April, no contestes, se te nota en la cara… En fin, ese amor que se tienen el uno al otro no se va a ir, nunca. Pasarán enamorados del uno al otro durante el resto de sus patéticas vidas y, hasta después de sus muertes. Ustedes tuvieron la suerte de encontrar a lo que llaman “almas gemelas”

“Y, créeme, no es algo sencillo. Estas almas no se crean a partir de una sola vida, en realidad, empezaron hace mucho tiempo, en otras totalmente diferentes. No hagas esa cara, April. Sí, Caleb y tú han estado juntos vidas pasadas. Se han enamorado, casado, vivido juntos y hasta tenido hijos, luego mueren y al renacer sus almas se amaron tanto que se vuelven a encontrar.

Ella jadeó sorprendida.

—Ustedes, pequeños tortolos, se aman de esa manera tan alocada por eso. Cuando pelean, se reconcilian en segundos. Si se pierden, se buscan como desaforados. Y todo eso no es por esas chaladas del amor a primera vista, no. Más bien, amor a nueva vida. Las almas se reencuentran y se vuelven a querer con locura. Sin embargo, esto sólo les pasa a los alquimistas, no a los humanos. He ahí la razón por la que lo llaman “almas alquimistas”

—Y… ¿los chicos y las chicas que no son alquimistas, pero son los “elegidos”?

¡Soy un cacahuate! ¡Tú eres cacahuate!

—Ellos fueron alquimistas en otras vidas, Ap —intervino Joseph, que hasta ahora no había hablado.

—Oh… —ella trató de analizar todo—. ¿Y se supone que yo debería darme cuenta de quién es mi elegido?

—¡No! Eso lo notan los demás, ustedes no lo pueden saber… Sólo los que logran ver el aura de la pareja. Normalmente, tienen un aura prácticamente idéntica. —Gabe asintió, dando a entender que Joseph tenía razón.
April se volteó a ver a Caleb, conmovida.

—¿Eso significa que estabas enamorado de mí desde la primera vez que me viste?

—Desde que derramé la primera gota de café —le dijo, guiñándole un ojo. Ella sonrío tiernamente y lo alcanzó para darle un dulce beso. Él le tomó la cara entra las manos, acariciándola en medio beso.

Gabe hizo una mueca de dolor y gimió del asco. Joseph hizo un típico “awwwn”, mientras que…

¡Omopelesipelepapalaljamalapepelesipelebob! ¡Soy un cacahuate! —terminó Jeremy, con un gran desafine.

Rápidamente la pareja se separó y lo analizaron con confusión. Aunque Caleb tuvo que concentrarse de nuevo en la carretera.

—¡Cállate de una puta vez, Jeremy! —le gritó Raúl, desesperado.

—¡Jamás! Joseph, apóyame hermano. Canta conmigo —Jeremy observó a su gemelo con suplica. Él se encogió de hombros.

—¿Por qué no? ¡Cantemos la de Burro!

—Dios, la de burro no… —pidió Caleb.

—Todo menos la de burro… —le siguió Gabe.

—¿Qué tiene la canción de burro? —preguntó April, divertida.

—Ahora lo verás, Ap… —le dijo Raúl, agarrándose la cabeza y frotando sus sienes.

—Uno, dos, tres… —gritó Jeremy, entusiasmado.

—¡Trote relincho, trote, relincho! ¡Trote, trote, trote relincho! ¡AU! ¡Somos sexys!

Todos en el carro gimieron con desgracia, a excepción de April que empezó a reírse como loca. Lo irónico era que… Dios, ellos no tenían idea de lo cierto que acababan de decir.

Y con más canciones de películas, siguieron conduciendo por la carretera, muchos rogando porque pronto esos dos se durmieran o tan sólo se quedaran sin voz…

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