7/20/2012

Capítulo 20.


When you think the night has seen your mind…

That inside, you’re twisted and unkind.

Let me stand to show that you’re blind

Please put down your hands ‘cause I see you…

I’ll be your mirror.

--Lou Reed.

—¡Te dije que debíamos de llevarnos el carro…! —reprendió Charles a Darwin. Habían vuelto al lugar donde se había encontrado el carro de los demás y ahora ya no estaba. Justo lo que necesitaban.

 —¿Y cómo querías que nos lo lleváramos? ¡Las dos llantas estaban desinfladas, imbécil!

—Pudimos haberlo cargado… —Darwin le envío una mirada burlona.

—Claro, porque tu gran panza la cargara, ¿no es así? —Charles le vio ofendido. ¿Por qué tenía que sacar a flote el tema de su gran estómago? Sabía lo mucho que le molestaba haber engordado después de su casamiento. No era su culpa que él mantuviera una figura de muchachito.

Él vio su dolor y pronto se arrepintió.

—Hombre, sabes que era jugando. No te pongas así.

—Claro, para ti es fácil decirlo cuando tienes el mismo cuerpo que cuando teníamos 18.

—Eso es sólo porque voy al gimnasio la mayoría de los días… —Se encogió de hombros—. Además, no me extrañaría que si yo me casara, engordaría en cuestión de semanas.

Charles sonrío. Vaya que tenía razón.

—Estarías más gordo que yo…

Darwin se rió.

—Mucho más gordo que tú, tampoco es que estés como una ballena. Y, bueno… —le dirigió una mirada escrutadora—, si quieres bajar un poco de eso… Ven conmigo al gimnasio y listo.

—No puedo… Alison no me dejaría.

—No tienes que ir después del trabajo. Yo voy a la hora del almuerzo.

Charles le dirigió una mirada incrédula. ¿No almorzar? ¿Acaso estaba loco? ¡A él le daba hambre y mucha! Esa era su hora favorita.

—Am…

—Vale, vale. Podemos ir a otra hora… —él le dio una mirada agradecida.

—Gracias, Darwin…

Darwin le dedicó una sonrisa y palmeó su hombro.

—Bien, ahora… Dejemos la charla emotiva y sigamos con nuestro trabajo. —se giró para ver hacia el cielo—. Deben de ser como las 10:00 de la mañana, no deben de estar muy lejos.

—Pero, seguramente salieron hace mucho…

—No estamos seguros —observó la carretera de arena—, además, mira el suelo. Hay rastros de rueda en él, se fueron hace poco.

—Cierto… —Charles le sonrío—, entonces ¿qué hacemos aquí parados? Ve por el auto y vayamos a nuestro destino.

—Esa es la actitud —le dijo mientras se dirigía a por el coche. Charles lo vio irse y suspiró.

¿Qué haría sin sus amigos hoy en día?

1 hora después, a miles de kilómetros de allí.

—¡Tengo hambre! —se quejó Jeremy. Ya llevaban más de 4 horas en el carro desde que habían salido de aquel sitio y aún no habían comido nada. Caleb llevaba conduciendo sin descanso y podrían morir en cualquier segundo si de ellos dependiera.

—¡Ya somos dos! —le apoyó Joseph—. ¡Moriré si no me dan de comer!

—Pues ya somos tres, entonces… —les reclamó Gabe— ¿Acaso no saben que el desayuno es la comida más importante del día? Es lo que nos da nutrientes para seguir y ustedes nos están torturando sin nada que darnos.

Caleb rodó los ojos. Él también tenía hambre, pero según lo que pensaba —y casi predecía—, seguían siendo perseguidos. Tal vez no estaban cerca, sin embargo, si aminoraban el paso podrían alcanzarlos… Aunque al parecer, su estómago no quería cooperar. Ya varios gruñidos se habían escapado de él, como los de los otros.

Observó de reojo a April, quien estaba ligeramente acostada en su asiento, viendo hacia la ventana. Sus ojos se mantenían fijos en el paisaje, como si pudiera ver más que unos simples pinos y arbustos de por allí. Él suspiró. Todos estaban agotados y un buen desayuno no les haría mal…

Además, el carro se estaba quedando sin gasolina.

—Está bien, gente. ¿Qué les parece esto? Busquemos un lugar para echar gasolina, seguramente habrá un restaurant o algo y desayunamos allí, ¿qué tal?

Se oyó un coro de “Sí” y “¡Al fin!” por la  mayoría del carro. April le sonrío. Finalmente comerían, ella estaba igual que los demás, tenía muchísima hambre.

Caleb se volteó a ver el asiento de atrás, debido a que no había escuchado a Raúl decir nada por prácticamente una hora. Cuando lo vio, casi quiso carcajearse.

Raúl se encontraba profundamente dormido y podría decirse que se parecía a un ángel cuando dormitaba. Todo lo contrario a lo que él era. Su cabeza estaba casi cayendo en el hombro de Joseph —aunque él aún no se había dado cuenta— y sus brazos estaban colocados en sus regazos.

Síp, sin duda parecía un chico bueno.

Un celular comenzó a sonar, sacando a Caleb de sus pensamientos. Todos comenzaron a ver cuál celular era el que sonaba, aunque claro, era el de April.

Rápidamente, ella tomó el teléfono y contestó.

—Hola mamá… —dijo, sabiendo perfectamente que era el tono de su madre.

—¡April! ¡Linda, hola! ¿Dónde has estado, señorita? He estado llamando a tu apartamento desde ayer y nada que contestas. ¿Cómo te ha ido con la Academia? ¿Ya hiciste nuevos amigos? ¿Tal vez un chico guapo por allí…? O quién sabe…

—¡Mamá! Sí, perdona es que…

—¿Cuántas veces te he dicho que no me interrumpas, Aprilynne? Dios, parece que no te he educado, ¿eh?

—Perdona mamá… —April rodó los ojos. ¿Por qué tenía que llamarla justo en ese momento?

—Bueno, ¿no vas a responder? —Todos en el carro rieron, divertidos por la actitud de Madeleine. Claro, ella no se rió.

—Sí, mami… Lo que pasa es que estoy en una misión de la Academia, ¿vale? Por eso no estoy en el apartamento. Además, el celular pronto se me quedará sin batería… No te asustes, mamá, estoy bien.

—Awn… Yo quiero una mamá así… —se quejó Jeremy.

 —Tenemos una mamá así, tonto… —le dijo Joseph, mientras lo golpeaba en la cabeza.

—Cierto…

—¿Qué son esas voces que se escuchan a tu alrededor, April? —le preguntó su madre, suspicaz.

—Oh… Ellos son mis compañeros en la misión…

Todos empezaron a decir “Hola, señora” y “¿Cómo se encuentra en esta hermosa mañana?” April rodó sus ojos.

—¿Ellos? ¿Hombres? —Pensó unos segundos— ¡Oh! ¿Hay está tu novio? O bueno, casi novio. No lo recuerdo… ¿Cómo se llamaba? Cal… Ca… ¡Carlos! No, espera… ¡Caleb! Ese era… Sabía que tenía nombre sexy.

—¡Mamá! —Caleb no aguantó y se rió por todo lo alto, al igual que los demás.

—¿Ese fue? ¿El que se está riendo? ¡Oh, April, déjame hablar con él!

—¿Estás loca? No, no. Luego te lo presentaré, en otra ocasión… ¡No por celular! —Hizo una pausa, para fijarse en la ventana. Parecía que en minutos llegarían a la gasolinera—. Mamá, ya me tengo que ir, ¿está bien?

Su madre suspiró.

—Bueno, amor. Cuídate, besos linda… ¡Y que no se atrevan a meterte mano esos muchachitos!

April rió.

—No te preocupes, ma. Ellos saben que no deben hacerlo o se llevaran un golpe—los demás gritaron “sí” y “¡es verdad!” —Cuídate, te amo.

—¡Awn! —gritó Gabe.

—Yo también, cariño. Adiós… —Y colgó.

April se volteó hacia atrás y observó a todos con furia… Aunque su enfado se disipó al ver que Raúl se encontraba realmente dormido.

—¿Cómo es que no se ha despertado con todo este ruido? —preguntó ella, volviéndose de nuevo hacia delante.

—Tiene un sueño pesado, más pesado que el tuyo, Ap. Créeme —le respondió Caleb. Luego le dio una mirada pícara— ¿Y cómo es eso que me presentaras luego con tu madre?

—Um… yo… —empezó a sonrojarse—, no es como si tuviera que presentarte. Si no quieres conocerla está bien, en serio. Fue algo que se me salió, ya sabes… Cosas que le dices a tu madre porque no sabes que decir y además, no tienes que hacerlo. No como que tuvieras que… No, no. No es necesario, fue que se me salió, en serio, yo…

—¡Dios, April! ¡Para, para! Estas hablando rapidísimo, me vas a causar jaqueca… —Gabe se frotó las sienes, como si lo estuviese dañando.

—Oh, perdón. Yo… —Caleb se llevó su mano a sus labios.

—Conoceré a tu madre encantado, Ap. Sólo bromeaba…

Ella respiró con alivio.

—Me asustaste…

—Ese era el punto, ¿a qué sí, C? —intervino Joseph, divertido.

—Pues claro que ese era el punto. Mírala, está toda roja —bromeó Jeremy. Caleb volteó a verlos, divertido.

—Hace mucho que no me llamaban C…

—¡Eso es cierto! Es culpa de Ap, como sólo te dice “Caleb” o “guapo” se nos olvida…  Jeremy sonrío—.  Y al parecer logré que Ap se pusiera más roja.

Ella ocultó su rostro.

—No es verdad…

—Sí que lo es —le dijo Gabe.

—Cállense…

Caleb dobló en una esquina en la carretera y finalmente llegaron a la gasolinera que tanto buscaban. Como él había pensado, había un restaurant casi al lado, junto con una tienda. El coche entero suspiró aliviado.

—¡Finalmente comeremos! —gritaron los gemelos al unísono.

—Que alguien despierte a Raúl, por favor… —pidió Caleb mientras aparcaba en un lugar en el asfalto.

—Hey, Raúl… —Joseph le tocó el hombro suavemente— Despierta…

—Así no… —le dijo Caleb. —Así.

Y le pegó fuertemente en el brazo… Demasiado fuerte. Inmediatamente, Raúl abrió los ojos y frunció el ceño.

—¿Ya llegamos? —preguntó, adormilado.

—No, vamos a desayunar, bello durmiente.

Raúl se fijó en la hora.

—¿A las 11:45 de la mañana?

—Síp…

—Bueno... De por sí tengo hambre… —se quedó viendo su brazo unos segundos— ¿Me pegaste?

—¡Claro que te pego! ¿No te duele? —le preguntó Gabe, asustado. Le había dado durísimo.

—Meh, no tanto…

—Es la única forma de despertarlo. Lo aprendí hace años. —dijo, mientras se apeaba del carro. En segundos, ya estaba abriéndole la puerta a April.

—Todo un encanto, ¿eh? —le dijo ella, juguetona. Ambos se dirigieron al restaurant.

—¡Claro, espérenos! —se quejó Joseph. En cuestión de 1 minuto ya todos estaban yendo detrás de la pareja. Al entrar, casi ni se fijaron en la apariencia del lugar, aunque claro, estaba un poco deteriorado. Las paredes eran de un color gris gastado y sus baldosas se encontraban totalmente encubiertas de moho. Las ventanas eran escasas y si acaso entraba la luz por ellas. Las mesas estaban sucias, sin arreglar y el mini bar que tenían para atender estaba en un estado fatal, sin embargo, poco les importo al grupo de alquimistas, quienes inmediatamente se sentaron esperando los menús. Según dice el dicho…

“Cuando no hay lomo, de todo como”

—¡Mesera! —gritó Gabe. April lo vio con el ceño fruncido.

—No grites, Gabe. Sé un poco educado… —Él rodó los ojos.

—Sí, mamá.

Todos rieron, hasta April… Segundos después, una señorita joven, de unos 25 años, con cabello rosado y ojos verdes se acercó sonriente.

—¡Muy buenos días! ¡Me llamo Angela y seré su mesera está hermosa mañana! —Dijo, mientras repartía a cada uno los menús—. ¡Nuestros desayunos son deliciosos! Además, hoy tenemos como especialidad del día unos huevos rancheros con salchicha y tocino, acompañado de un tazón rico de avena y un rico Beagle.

La mesa entera observó a Ángela con diversión. La chica tenía un gran entusiasmo para trabajar en un lugar tan maltrecho como ese, y ese pelo que se traía tan extravagante sólo la hacía más interesante. Jeremy le guiño un ojo.

—Preciosa, me comeré todo lo que me des… —le dijo, dándole una revisada de arriba hacia abajo—, eso sí, no me des nada con pimienta… Le hace mal a mi estómago.

Joseph hizo caras.

—Y vaya mal…

La mesera hizo una mueca, sin embargo, le sonrío coquetamente a Jeremy. Él era guapo, no era de extrañar.

Caleb meneó la cabeza divertido y sonrió.

—Yo quiero una especialidad del día, Ángela. Y… —revisó el menú unos segundos—, ¿Qué tal un jugo de naranja? Creo que sería perfecto.

Ella le sonrió.

—¡Enseguida! Bueno… si nadie más quiere la especialidad, les daré su tiempo para revisar el menú. ¡Sólo llámenme!

—¡Oh, seguro lo haré! Pero… ¿Qué tal si me das tu número primero? —Jeremy le dio una mirada pícara y ella rodó los ojos, acostumbrada. Ser mesera tenía raras ventajas y muchas desventajas. Sin ponerle ni un ápice más de atención, se volteó y  meneó sus caderas al ritmo de sus tacones. Él la miro todo su camino hacia la cocina, embobado.

—Un ángel… Simplemente un ángel.

—A ver, angelito. Mira el menú, pide algo de comer y luego coqueteas, ¿sí? —le dijo April, sonriente.

Él asintió fervientemente.

—Dios, Jeremy, no te enamores ahora… Ya me basta con esos dos, tú serías la gota que colme el vaso —rogó Raúl, quien no había hablado desde que salió del carro. Aún se encontraba medio dormido.

—A veces, eres tan amargado… —le respondió, haciendo un puchero.

Él le dio una mirada penetrante.

—Te lo advierto…

—Vale, vale. Dejaré de coquetear…

—Eso no va a pasar —intervino Gabe—, si Joseph es un coqueto empedernido tú le ganas como… al triple. Despídete de la paz, Raúl.

Él casi llora.

¿Por qué no se podían quedar queditos?

—Está bien, ya. Chicos, fíjense en la comida para pedir algo pronto. Según dice el menú, dejan de servir los desayunos a las 12:00 y ya son las 11:55, así que… ¡Apúrense! —les reprochó April.

Los 4 chicos aceptaron a regañadientes, mientras que Caleb aprovechaba y pasaba un brazo por su cintura. Él se acercó un poco.

—Pareces su madre. —le dijo, divertido.

—Pues al parecer voy a tener que tomar ese papel, ya que no paran de hacer locuras. Después de todo, no hables mucho que hace poco te tenían de los pelos.

Se encogió de hombros.

—Eso pasa casi que todo el tiempo.

Muchísimas horas después…

La noche era espesa, las estrellas no se asomaban y el viento soplaba con seguridad y ritmo, a una melodía que sólo su alrededor comprendía. Los carros ya habían parado de transitar y solo unos pocos se encontraban aún en la carretera. Los animales nocturnos salieron hace rato y cuidaban la noche con sus grandes ojos, revisando todo en el entorno, haciendo sonidos preciosos que advertían que ellos estaban ahí. Cuidando de sus compañeros… Asegurándose de que todo iba bien.

Las casas familiares, ya dormidas se encontraban y las luces casi no se mostraban. Sólo las de la calle, que debían iluminar el rumbo de los forasteros que manejaban a horas tan pesadas en la noche…

Forasteros alquimistas, como el coche dónde iban todos.

Caleb seguía al volante, casi que durmiéndose y April preocupada, lo observaba, cuidando que no cayera en los brazos de Morfeo. Gabe hacía rato que se había dormido y Joseph se le estaba uniendo, aunque Raúl y Jeremy seguían realmente despiertos. Ambos durmieron la mayoría del camino y, aparte, les habían comprado un café de Starbucks, por lo que estaban bastante eléctricos. April estaba casi igual que Caleb, sus ojos cerrándose sin su permiso. Estaba agotada.

—Sigo odiándote, ¿sabes? —le reprochó Raúl a Jeremy. Después de todo, consiguió el número de la hermosa mesera por sobre las súplicas que le había hecho Raúl.

—Eres un exagerado, acabo de conocerla. Eso no significa que me haya enamorado de ella… —Aunque él sabía que podía estar mintiendo.

—Claro… —le dijo lentamente.

—Caleb, vamos. No te duermas, levanta esos ojos —intervino April, con voz cansada. Sacudió su brazo, tratando de desperezarlo, pero ya él no podía. Había conducido más de 11 horas seguidas, descontando los descansos que habían hecho para cenar y comprar cafés; si seguían así, no tendrían fuerzas para el día siguiente.

Él abrió los ojos y se fijó en su alrededor, cayendo en la cuenta de que estaba conduciendo. La vio con ternura.

—Gracias, pero necesito otro café… —Ella le sonrío.

—No, tanta cafeína te matará. ¿No quieres que cambiemos campos, así duermes un poco?

Él negó con su cabeza.

—No, no. Puedo aguantar.

Raúl y Jeremy escuchaban la conversación desde atrás. Se voltearon a ver, cómplices.

—¡Hey, C! Yo puedo conducir, traigo la licencia conmigo y dormí como… 8 horas seguidas, hombre. —Raúl hizo un ademán con sus manos—Aparca en ese lugar y cambiamos espacios.

—Sí, sí. Yo puedo acompañarlo. Dormí casi igual que él.

—Pero…

—Caleb… —April lo vio, cansada—, ya llevamos mucho tiempo despiertos y ha sido un día largo. Hazles caso.

Él suspiró.

—Está bien. Gracias chicos… —se giró a mirarlos, agradecido.

Ellos le sonrieron.

—De nada.

Tal vez no tendrían que sufrir tanto si hubiesen parado en el hotel que tenían como predestinado, sin embargo, arriesgarse a quedarse allí era mucho. Llevaban mucho retraso hacia Virgina y estaban convencidos de que, si no se detenían, llegarían muchísimo antes que Darwin y Charles.

Caleb aparcó en la cera más cercana y rápidamente se bajó, llevándose a April consigo.

—Gracias chicos…

—Ya, ya. Vayan a dormir. —les reprendió Jeremy mientras se montaba al asiento del copiloto.

Ya dentro del carro, ella se acomodó en Caleb, colocando su cabeza en su pecho —la  mejor almohada del mundo—, y abrazándolo con cariño; casi suspira de la comodidad en la que pronto se encontró.

Caleb la abrazo por igual y se colocó muy feliz en ella, seguro de que dormiría bastante bien si no pasaba nada en toda la noche….

O si los ronquidos de Gabe no lo despertaban, pero confiaba en que April lo haría dormir bien.

Raúl y Jeremy dejaron que la pareja tomara un descanso profundo para poder hablar tranquilos, mientras arrancaban el auto; en cuestión de segundos ya estaban como querían.

—Jeremy

—¿Sí?

—¿Qué piensas de la piedra filosofal? —preguntó Raúl, de pronto muy serio.  Jeremy apoyó su cabeza contra la ventana, observando como las primeras gotas de lluvia empezaban a caer.

—¿De la piedra, eh? —Él asintió—, diría que… Es realmente útil y podría decirse que “ayuda a la humanidad”…

—¿Pero?

—Pero —prosiguió él—, pienso que puede llegar a ser realmente peligrosa para quien no sabe usarla.

—Es lo mismo que me ha estado rondando por la cabeza… —Se encogió de hombros—. Hablan tanto de ella, de cómo ayudara a las personas y que el que la encuentre será afortunado, sin embargo, el ambicioso pierde en este juego. Quien se obsesiona, según lo que yo pienso, puede perder la cordura… O hasta convertirse en oro.

—Sabes —le susurró Jeremy, cuidadoso—, no creo que exista una sola piedra.

—Y, ¿quién sí? —Él rodó los ojos—. Es una idiotez lo que ponen en los libros. ¿Has buscado en google? ¿Wikipedia? ¡Dios, hasta en Harry Potter mencionan a Nicholas Flamel, hombre! La piedra filosofal no es única, hay miles de réplicas en el mundo.

—Pero sólo una real, Raúl. Lo sabes.

—¿Realmente lo sé? ¿Estás seguro de que sólo es UNA? ¿Estás siquiera seguro de que en realidad es una piedra? ¡Dios, no sabemos si existe! ¿Es que acaso este viaje nos va a llevar a algo o seguiremos como todos los alquimistas del mundo, que han fracasado? ¿Acaso no te has puesto a analizar, por qué rayos seríamos capaces de encontrar la piedra, nosotros, 6 muchachillos inexpertos? ¿Por qué?

—Raúl…

—Hablo enserio, amigo. —lo vio con cara seria—. Estoy cansado de pensar en cosas así, cuando antes no lo hacía. La verdad, a veces la alquimia es una mierda. Que reglas para el amor, que reglas para vivir, que reglas para todo. Estoy harto.

—Hey… ¡Calma! Respira… —Jeremy hizo ademanes con las manos para respirar—, ¿A qué viene todo esto? ¿Es por Airin, eh?

Él le frunció el ceño, enfadado.

—No, por mi mascota preferida, ¡claro que es por Airin! ¿Sería fácil para ti dejarla ir, decirle que no la amas cuando sí lo haces y ver su rostro dolido hasta la médula? ¿Estar casi seguro de que ella era mi elegida y haber tenido que dejarla ir?

Y vaya que no lo sabía. Tenía en claro que Airin era su elegida, él mismo lo vio cuando Raúl los presentó y recordaba haberlo visto más feliz que nunca… Recordó sentirse afortunado de ser el único que pudiera conocer a su novia, sin embargo, más tarde, estaba como una mierda al darse cuenta de lo sucedido.

Obviamente la tristeza lo invadió.

—Yo… —lo vio afligido—, sé que es difícil para ti. No puedo decirte que siento lo mismo, porque sabes que no lo hago. No te entiendo, pero sí sé que debes calmarte un poco. Pensar en esas cosas con las que estas te hacen mal… En serio. Tan sólo, tranquilízate. Estamos aquí por una razón, todo pasa por algo… No te pongas así.

Raúl calló, fijándose seriamente en la carretera, como si fuera la cosa más importante del mundo. Jeremy se preocupó por él. Siempre era el sensato del grupo, el que pensaba en todo, quien daba consuelo a cualquiera en cualquier situación… Era casi que su psicólogo y por ello, podría jurar que él sabría manejar sus propios temas…

Aunque claro, no era así. Se dio cuenta de que una persona que maneja todo no siempre puede con sus propios asuntos y Dios, como le sorprendió.

Justo cuando creyó que ya no hablaría más en todo el camino, Raúl abrió la boca.

—Perdón… Yo… —puso su cara entre las manos—, no sé qué me pasa últimamente. No me hagas mucho caso, Jer.  Tan sólo… déjalo así.

Él sólo asintió, sin querer decir nada más. Ambos sabían que él no lo dejaría así, estaría viéndolo más de cerca, revisando que estuviese bien.

Porque sin duda, esas preguntas que Raúl se hacía no eran sólo de él… Sino también de muchos alquimistas en ese carro.

Incluido él.

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