No
juzgues a un libro por su portada.
Una
hoja cayó. Y luego otra y otra, y otra… Y, ¡oh, mira, se le juntó una más! Y
después se adicionaron miles, para no quedarse atrás. No querían caer de aquel
árbol, pero ¿qué podrían hacer? Era otoño y su naturaleza les indicaba que era
hora de caer.
Hora
de dejarse ir.
Eso
fue lo que pensó una hermosa muchacha rubia de unos veintitantos que pasaba por
ahí, dando un viajecillo por el parque. Caminaba con lentitud, casi con pereza,
dejando que sus pies disfrutaran de lo que una buena caminata podía dar, y eso
era nada más que salud y fuerza. Su gracioso sombrero de paja —uno muy
particular—, le acompañaba con sus acompasados pasos y su lindo andar. Los
muchachos pasaban y no podían evitar admirarla. Los viejos le silbaban y
piropeaban sin ninguna vergüenza y las señoritas que caminaban con más rapidez,
no podían dejar ir la oportunidad de revisarla de arriba hacia abajo. “Zorra”,
pensaron muchas. “Busca novio”, se dijeron otras. “Una simple cualquiera”, se
susurraron varias. “Superficial”, decidieron todas. No había una sola mujer en
ese parque que no hubiese demandado ya, que esa jovencita era una de todos los
adjetivos antes mencionados. Todas pensaron casi igual.
La
rubiecilla parecía ajena a su alrededor, no acataba lo que las demás pensaban
de su apariencia. Después de todo, ¿por qué iría ella a estar mal vestida? Si
su hermosa enagua le ajustaba lo justo para hacerla sentirse cómoda, pero no
vulgar. Y su blusa suelta, tenía unas flores tan hermosas impresas en ella que
era muy difícil decir que no se viesen preciosas con el color de sus ojos. ¡No
podía no mencionar sus zapatos, que con un ligero tacón y un color rosa pastel,
la hacían verse más alta de lo que no era! Su conjunto, a su opinión, era
perfecto.
Sin
embargo, no se puede complacer a todos.
Cualquiera
que la hubiese observado, habría dicho que ella ni se enteraba de las miradas,
elogios y críticas que cruzaban por el ambiente a su alrededor, pero es que
ellos no la conocían, pues era consciente de todo, absolutamente todo. Y su
reacción…
Fue
reír para ella sola.
¿Qué
le importaba lo que dijeran los otros, si lo único que debía saber era que
estaba a gusto con ella misma? ¡Los demás no tenían relevancia! No sabían quién
era y probablemente nunca lo harían. Criticarla era una pérdida de tiempo,
aunque un hobbie para muchos de ese lugar. Debía aceptar con cierta tristeza
que, no había nadie en el mundo que no hubiese criticado por lo menos una vez
alguna cosa, mucho menos ella.
En
efecto, había sido en algún momento como todas esas que la habían analizado sin
saber. Es más, podría calificarse peor que el grupo de jovencitas de allí.
Mucho peor y lo sabía, era algo exagerado, ¡algo gigantesco! ¡Y no es que
agrandara todo e hiciese un drama de ello, sino que era verdad! Todo el tiempo
hacía algo para criticar cualquier cosa. Era tal la situación, que tenía varios
ejemplos.
Digamos,
si veía caminar a una viejita con su licra manchada, decía que era sucia y no
se preocupaba por su apariencia. Si observaba a un muchacho bajito, decía que
jamás tendría novia, pues su altura no le ayudaba mucho que digamos. Si un
perro era cojo, le irritaba, pues le parecía que andaba por el mundo con el
simple hecho de dar lástima y, si una chiquilla estaba gorda, decidía que
simplemente no tenía un ápice de vanidad para querer cuidarse por sí misma.
Fuertes
críticas, ¿no crees? Duras, insensibles, pero hechas. Sin embargo, pensó,
alzando el pecho con orgullo, ya no era así. Había cambiado y vaya que lo hizo.
Al
contar su historia, siempre la gente se preguntaba, ¿Qué la hizo cambiar? Y
nunca daba respuesta, pues les dejaba con la duda, solo que siempre la decía en
su mente. Era muy simple, es más, hasta podría tomarse por un hecho
irrelevante, aunque, realmente la hizo cambiar con su pequeñez.
Resultaba
ser que la veinteañera, todos los viernes, se compraba un gran paquete de
mini-pizzas. Esas pequeñas diablillas eran su pecado por haber hecho tanto
ejercicio durante el transcurso de la semana. Su delicioso bocadillo venía
siempre en una montañita, para así, al irlas sacando, comerte una al azar, sin
preocuparte de si era más jugosa o pequeña o lo que fuese.
Pero
ella criticaba hasta su comida y no dejaba su alimento en “una montañita.”
La
astuta muchacha, quien nunca se dejó llevar por algo despreocupado, separaba
las pizzas en su refrigerador y los dividía por cuál le parecía mejor en el
primer lugar y la que daba apariencia de ser menos jugosa y apetitosa de
última. Conforme pasaban las semanas y los viernes con ellas, iba comiéndose
sus exquisitas cenas, siempre dejándose ir por el orden que ella misma había
creado. Una más, una menos, nada del otro mundo ni nada del otro universo. Al
principio, no notó diferencia alguna, el mismo queso, el mismo jamón y hasta la
misma pasta, sin embargo, todo cambió, cuando iba llegando a las últimas
rebanadas.
Esas
eran las mejores.
Quiso
negarlo, realmente, quiso pensar que estaba equivocada, que su mente le jugaba
un pequeño truco y que su paladar estaba loco, pero al llegar al último pedazo,
“al peor de todos” según ella había llamado, se dio cuenta de que esa,
exactamente esa rodaja: era la más sabrosa.
Se
sintió a morir, ¡ella, que las había calificado tan bien, se había equivocado!
¿Cómo podía pasar eso? ¡Era inaudito! ¡Inconcebible! ¡Un fiasco! Se le vino una
idea la mente, más que una idea un pensamiento y fue que, había juzgado por la
apariencia. Se rió, porque se sentía como una idiota al dejarse llevar por un
pequeño error con su comida y decidió que estaba fuera de su mente si pensaba
que cambiaría por un hecho tan simple como ese.
Ah,
sin embargo cambió gracias a él y no fuese solo eso, ¡no, no, no, no! Fue
también la repercusión de cosas que comenzaron a suceder de un pronto a otro.
Resultó
ser que un día, aquella viejita que había visto correr con su licra manchada,
estaba corriendo para llegar a una tienda de limpieza, pues ocupaba hacer su
compra semanal, para mantener la casa impecable y justamente la veinteañera se
encontraba allí, viendo todo ante sus ojos. Sintió un pequeño punzón.
Más
tarde, aquel muchachillo bajito que había analizado en su caminata del día,
venía abrazado a nada más y nada menos que una legítima modelo, alta,
curvilínea, de cabello ondulante y hermosura natural ¡Y que no la pusiesen a
hablar del perrito, el cual al rato observó acompañado de una familia, quien le
daba tratamientos para el dolor! Un cuchillo se clavó en su pecho.
Y
por último, lo que la terminó de impactar, fue ver de nuevo a aquella chiquilla
gordita, quien estaba en su mismo gimnasio, haciendo tal vez el doble de
trabajo que hacía ella, solo para quitarse los kilos de más, para poder
“encajar”. Allí, en ese mismo instante, su corazón se partió.
Ella
se partió.
¿Cómo
podía ser tan superficial, tan insensible, tan estúpida? ¡Se había dejado
llevar durante años por simples apariencias, sin ver lo que la gente tenía
dentro, sus propósitos o sus razones de ser! ¿Cómo la observarían los demás a
ella, que, aunque era una hermosura de mujer, se encontraba podrida por dentro?
¿Cómo podía haberse alejado tanto de la frase “no juzgues a un libro por su
portada”?
¿Cómo
pudo…?
Esa
noche, cuando regresó a casa, vio cómo el paquete de aquellas mini-pizzas había
quedado desechado en el basurero y se echó a llorar. Lloró, porque logró abrir
sus ojos y ver que, miles de personas hacían lo que ella había hecho con su
comida: clasificarlos del “mejor” al “peor” y dejarlos a un lado, sin saber
cómo eran por dentro, de qué estaban hechos y qué tan exquisita era su alma.
Simplemente, decidiendo por la apariencia.
Qué
decepcionada se sintió. Su corazón dolía, su cabeza la mataba y sus
pensamientos, lo peor de todo, la acechaban. Ese día, ella decidió cambiar y lo
hizo…
Cambió.
Ya
no criticaba a la gente, simplemente la observaba y les sonreía y hasta se
acercaba para conocerlos. Hacía caso omiso a las miradas de otros a quien no
les interesara y se burlaba de aquellos que juzgaban y la analizaban, porque
ella en algún momento había sido así, pero ya no. Vivía feliz de ser quien era,
sin preocuparse por lo que otros pensaran y lo que pensara su persona de otros.
Vivía relajada y feliz.
Suspiró
alegremente, viendo la última hoja de aquel árbol otoñal caer. Le sonrío con
orgullo y hasta le guiño un ojo con locura, porque quería hacerle saber que
aunque había sido la última, podía ser igual de buena y hermosa que sus otras
compañeras desprendidas. Igual de especial. Y así, pasó sonriendo y guiñando a
todo aquel que pasase cerca de ella, pues tenía que dejarles en claro tres
cosas…
La
primera, no le importaba lo que ellos pensaran de ella.
La
segunda, no le parecía relevante lo que ella pensase de ellos.
Y
la tercera, pero no menos importante:
Que
no juzgaba a un libro por su portada.
Eso es verdad, yo suelo juzgar mucho los libros por la portada y no lo debería hacer...
ResponderEliminarbesos!
Creo que todos lo hemos hecho por lo menos alguna vez, ¿no?(:
EliminarTeee mando besos y apapachos Y GRACIAS POR PASARTE♥
Mel(:
Es cierto, nunca hay que dejase llevar por las apariencias, pues se pierde la oportunidad de conocer a personas geniales.
ResponderEliminarExactamente. A veces es alguien super agradable y ni cuenta nos damos u.u
EliminarTe mando besos y apapachos, linda;3
Mel(:
Lo dicho, no deberíamos juzgar por lo físico de las cosas o personas, pero lo hacemos. Somos humanos y un error natural es ese...
ResponderEliminarUn beso Mel :)
Eso! Las personas no pueden controlarlo, es algo que ya sale medio natural de nosotros u.u
EliminarMil gracias por pasarte Rei :DD
Teeeeeeeeeeee mando besos y apapachos♥
Mel(:
cierto pero lo hacemos a veces sin darnos cuenta,o a veces sabiendolo,mal asunto...besos!
ResponderEliminarPues sí, muchas veces lo hacemos sin pensar casi u.u
EliminarGracias por pasarte ;3
Teee mando besos y apapachos♥
Mel(:
Holaaa!! Te hemos nominado a tres premios-test en nuestro blog!!=3 aqui te dejo la url: http://booksandparadise.blogspot.com.es/2013/03/premios.html un besitoo!!:D
ResponderEliminarMUJEEEEEEEEEERRR! Miiil gracias *-* YA me paso a verlo :DD
EliminarTeeeeee mando besos y apapachos♥
Mel(:
Oh, hola linda, me encantó lo que escribiste, ¿sabes algo? No me había pasado nunca por tu blog, pero cuando subiste a Facebook ayer esta entrada me dio curiosidad y quise leerte y de verdad que no me arrepiento :).
ResponderEliminarQué texto, me gustó demasiado. Y lo más importante es no juzgar a un libro por su portada. Mentiría si dijera que jamás lo he hecho, pero siempre intento evitarlo. Porque no importa el físico, lo importante es lo de adentro.
Besos por montones y ya te sigo :))'
Alasjldjsldjf, aiiiiiiiiiiiiiiiiiins! COMENTARIOS COMO LOS TUYOS SON LOS QUE ME SUBEN EL EGO*-* Bendito sea el fb que te dio curiosidad y te dejó pasarte por acá jajajaja :DD
EliminarAljsldjf, mil gracias, me alegra muchísimo que te haya gustado. No creo que nadie no lo haya hecho, porque, incluyéndome, pasa a menudo, pero siempre tratamos de evitarlo u.u
Tienes la boca (o en este caso las manos escritoras), llenas de razón :D
Teeeee mando besos y apapachos GIGANTES y mil gracias por seguirme♥
Mel(:
Lamentablemente muchos somos así. Decimos lo que vemos en el exterior cuando no sabemos que hay mas alla. Y yo me incluyo, solo que a diferencia de los demas despues de que doy mi veredicto quedo con dudas he indago para saber la verdad, y chasco que me llevo al saber que era diferente. Me arrepiento. Pero al menos despues ya se lo que es en realidad. Lindo texto.
ResponderEliminarPues bueno, si haces eso te pareces a mi protagonista, pues encontraste que al juzgar, lo habías hecho mal(: La diferencia entre ella y vos, es que vos buscaste las respuestas, a ella le llegaron de improviso u.u
EliminarMe alegra que te gustara y te identificaras con ella :D Mil gracias♥
Teeeeeeeee mando besos y apapachos♥
Mel(:
hola ^v^
ResponderEliminarvi tu comentario para participar en el concurso que hay en mi blog y vengo a decirte que tu respuesta ya ha sido respondida ^^
http://valerie-historiastipoanime.blogspot.com/2013/03/yo-me-atrevo-resenarretoconcurso.html
gracias por tu participación!!! ^-^
Hola Mel!
ResponderEliminarOdio que la gente critique sin conocer,
que juzguen sin saber nada de ti.
Es como con los libros, sin duda.
Y además me duele que la gente piense cosas de mí sólo porque me vean leyendo un libro a todas horas, porque vista algo pija o porque me guste cuidarme el pelo.
Sinceramente,
las apariencias engañan.
Y siempre nos juzgan, sea por lo que sea.
Un besazo, May R Ayamonte
Hola Mela, no puedo estar mas de acuerdo contigo, a veces la portada no nos gusta y decimos: este no, cuando realmente por dentro puede resultar muy interesante. Excelente articulo, muy bueno :)
ResponderEliminarSaludos desde felicidadenlavida;
Un saludo;
Francisco M.