8/13/2012

Capítulo 21.


Capítulo 21.

Primera señal: “Bienvenidos a Virginia”

April suspiró junto a todo el grupo en el automóvil. Finalmente, después de tantas horas sentados en el carro y con dolores de trasero interminables, habían llegado a su destino sin ser asesinados y o fusilados por alquimistas chiflados o no tan locos del coco… Aunque si lo pensaba bien, aún no habían llegado… Faltaban algunos kilómetros para llegar a la casa de Caleb, sin embargo, dudaban mucho que algo les fuese a pasar en un recorrido tan corto…

Podría decirse que la suerte estaba con ellos.

Caleb comenzó a observar el recorrido con anhelo; recordaba los días que había pasado por esos parques de principio de carretera o ese cielo azul que a veces sólo podía ver en Virginia… Los pájaros cantaban casi todo el año y cuando la nieve caía, no había cosa más blanca que cuando nevaba en ese lugar. Para él, esa era su infancia y parte de su adolescencia. ¿Dónde fue la primera vez que se cayó de su bicicleta? ¿Y ese día cuando le dijeron que leer mentes no era tan raro? ¿Recordaba aquella vez, cuando le había dado su primer beso a la chica del vecindario? Todo eso era allí. Su hogar. Su familia. Su todo…

Suspiró risueño, era lindo volver.

Mientras tanto, en la parte trasera del carro, Gabe miraba distraído por la ventana de su asiento. Jamás habría pensado que viajaría tan lejos de su hogar —si es que a la Academia se le podía llamar un hogar—, junto con sus mejores amigos. Ni en sus más preciados sueños pensó que algún día saldría de las cuatro paredes de su odiado cuarto, en Seattle. Y es que vivir en aquel lugar no era lo que se dice “muy color de rosa”, más bien, se había ido cansando de toda la monotonía que traía ese bendito establecimiento. Sin embargo, la última semana que había pasado, fue una de las mejores de su vida. Aunque su brazo terminara machacado, eso sólo significo acción y diversión, además de conocer a una chica que le caía bastante bien… Podía decir que no la soportaba, pero ella sabía que él la quería y él lo sabía por igual… Sí, sin duda estaba en una de las mejores etapas de su vida.

Y muy afortunado era Gabe, ya que Raúl no estaba tan bien como él.

Su estado se había transformado abruptamente. Pasó de estar un día feliz y sonriente a encontrarse susceptible y con muchas ganas de dormir. El chico tomó aire, triste de nuevo. No sabía por qué se ponía así… Sabía que había tomado la decisión correcta al dejar a Airin por su seguridad, pero algunas veces, las dudas lo embargaban, ¿estaba en lo correcto? ¿Dejarla fue la mejor opción? ¿Estaría más feliz si siguieran juntos? Eso es obvio, claro que lo estaría, sin embargo, esperaba que ella pudiera olvidarlo de la forma en la que él no lo estaba haciendo. Y es que un día como ese, no era fácil de mantenerse alegre… Su aniversario… Parecía tonto que se pusiera así por eso, pero si hubiesen seguido juntos, ya llevarían 1 año como pareja; a veces creía que el destino le odiaba, pues no le quería dar ni una cosa de las pocas que le pedía.

 Cosas que al parecer, a los gemelos sí les estaba dando.

Joseph y Jeremy iban felices de la vida, disfrutando del paisaje y el montón de zona verde que se podía ver en Virginia. Nadie pensaría que esos dos jóvenes de sonrisas radiantes traerían una infancia un poco trágica. Su padre los había abandonado cuando tenían 2 años —según él, su trabajo como alquimista y los niños era demasiado—, y al año volvió, pidiéndole perdón a su esposa, cuando lo que hizo fue empezar a tomar y pegarle… La agresión fue tanta, que el día en que llegó a ver a su amada en el hospital, se suicidó frente a Joseph, sin que nadie se diera cuenta. Él claramente no lo recordaba, sin embargo, él tenía la extraña cosa de que no recordaba nada de los 6 años para atrás. Se podría decir que era un trauma el que tenía, que no le dejaba recordar. Jeremy, por su parte, no vio nada parecido, pero ambos sufrieron por igual, al tener que ayudar a su madre siempre que pudiese. Para ellos, ella era su mundo.

Si el grupo de alquimistas se pusiera a analizar la situación de cada uno de ellos, se darían cuenta de que sus vidas no habían sido muy fáciles que digamos. Podría hasta asegurarse de que, los alquimistas no eran muy suertudos en cuestiones familiares, algo de lo que ellos no se habían dado cuenta… Dicen que, por ser tan ambiciosos y dedicados en su trabajo, pierden el interés por su familia, dejándolos de lado. Muchos dicen que una relación alquimista-alquimista no funcione tanto como una humano-alquimista, debido a que las personas normales no tienen el problema que ellos tienen.

La ambición de encontrar algo de lo que ni siquiera están seguros de sí encontraran en toda su vida.

Mas no es imposible está relación, se sabe que muchos han salido adelante sin ningún percance, pero eso es sólo si tienen las almas alquimistas.

Y es que había que tener mucha suerte para eso.

April miró por su ventana, de repente, algo distante. Los recuerdos de su madre comenzaron a embargarla como una ola llena a un barco. Se acordaba de la forma en que la tomaba en sus brazos y le daba vueltas en el aire, o cuando se enojaba, como movía su nariz de una forma tan graciosa que pronto April reiría y su madre con ella. Sí, no había tenido a un padre, pero su madre había hecho el papel de los dos, aunque no podía negar, de que muchas veces preguntó por su papá, por ese hombre que muchos de sus compañeros tenían y ella no. Hasta llegó a recordar aquel diálogo tan desgarrador para su madre…

—Mamá, ¿es verdad que yo soy huer… huerf…? —la niña frunció el ceño con esfuerzo, tratando de decir la palabra correctamente. —¡Huérfana!

Su madre la observó, anonadada.

—¿Huérfana? ¿Quién te dijo eso?

—Alison dijo que yo no tenía amigos porque yo era huérfana… —April bajó la mirada, triste. Era pequeña aún para ser tratada con aquella crueldad, tan sólo a los 5 años no debería ser así, pero su realidad era esa.

—¡Eso no es verdad! —le dijo su madre, de pronto roja de la ira. ¿Cómo se atrevía una chiquilla de 5 años a venir y decirle a su hija que, primero, era huérfana y segundo, no tenía amigos? ¡Vaya estupidez! ¡Ni que no tener un padre fuese la peste!—Amor, no creas nada de lo que ella te diga.

—Pero… es que… La verdad yo no tengo amigas, ma… Y si ella dice que yo no las tengo por ser huer… huer… ¡Bueno, ya sabes, eso! Debe ser verdad…

Los ojos de Madeleine se humedecieron.  Pronto, estaba arrodillada, frente a frente con su pequeña.

—Aprilynne, quiero que entiendas algo. Nunca, nunca, pienses que por no tener un padre eres inferior a alguien más. No eres una huérfana; ser huérfana, cariño, es no tener padres del todo y tú me tienes a mí. ¿Es que acaso no ves que estamos bien nosotras dos, solitas? Además, no es como si tu padre me hubiese abandonado —las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos—, él me amaba, me trataba con cariño, yo era su princesa y él era mi príncipe azul. Cuando se enteró de que estaba embarazada, tendrías que haberlo visto…

Sus ojos se tornaron soñadores.

—Se lo dije un sábado, en el parque… Me tomó en brazos y me daba vueltas y miles de vueltas, él te amaba mucho antes de siquiera conocerte. Jamás quiso irse, pero tuvo que hacerlo… Y yo sé que en alguna parte, allá… —dijo, señalando hacia el cielo azul—, él te está viendo y sólo puede pensar: “Mi hija es la chica más hermosa del mundo” Y si él te está viendo, si él te conoce, ¿cómo no vas a tener un padre? Jamás será así, debes saberlo… Te amo, Ap.

Y terminada su gran charla la abrazó con un amor inmenso, llorando en silencio por su amado a quien tanto extrañaba y por su hija, que era todo lo que ella tenía. April no entendió mucho aquel día, sin embargo, ahora que recordaba aquel fragmento de su infancia, algunas lágrimas salieron escurridizas.

Como quería ella a su madre, la mujer que siempre sería su mejor amiga.

—Ap… ¿Estás bien? —le preguntó Gabe, quien venía viéndola desde el asiento trasero—. No me digas que ya te dio nostalgia tu apartamentucho en Seattle.

Ella rió, secándose las pocas lágrimas que tenía.

—No, Gabe, tranquilo. Sólo eran recuerdos… —le dio una sonrisa tranquilizadora.

Él se encogió de hombros.

—No es como si me importara mucho, linda.

April rodó los ojos.

—Puedes llegar a ser tan estúpido a veces.

Nadie en el carro prestó mucha atención a la discusión, iban metidos en sus propios pensamientos. Caleb atravesó un pequeño puente, algo deteriorado y dobló cerca de un parque muy grande y lleno de niños. Él sonrío, estaban cerca.

—¡Qué dolor de trasero! —se quejó Joseph, frunciendo el ceño. Ya no aguantaba ni un segundo más estar sentado.

—De trasero, de piernas… ¡Creo que hasta se me durmió la nalga derecha! Estar en un carro tanto tiempo es el infierno. —complementó su gemelo, cansado. Ya quería levantarse de una buena vez. Además, no le haría mal una cama cómoda en la que dormir. Ya llevaban 2 días sin dormir decentemente y él se estaba cayendo del sueño.

—Paciencia, chicos. No falta casi nada —les reprendió Raúl, tocándose las sienes, estaba un poco susceptible.

—¿Cómo sabes que no falta casi nada? —le preguntó April.

—Meh, he venido varias veces a la casa de Caleb. Ya sabes, navidad, vacaciones… Él no puede vivir sin mí.

Caleb rodó los ojos.

—Claro, lo dice el que me rogó que lo dejara venir a mi casa para Navidad.

Raúl se sonrojó levemente y volteó sus ojos marrones.

—Idiota…

Ella rió entre dientes. Eran los mejores amigos, eso no se dudaba.

Tras tanta charla, todos se callaron, sabiendo que ese viaje tan agotador finalmente terminaría. Pareciera que había pasado toda una eternidad desde que comenzaron aquella travesía y eso que sólo habían pasado 2 o 3 días y ahora se encontraban allí, manejando en dirección a la curva para entrar a la casa de Caleb.

Su hogar.

April tuvo que acostumbrar su vista para poder ver bien del todo. La casa que se aproximaba —y estaba casi segura, era la que estaban buscando—, era realmente grande… Y vieja. No vieja en el sentido de deteriorada, sino vieja en su estructura y fachada. Eran de esas casas que ahora cuesta ver, con una entrada de graditas pequeñas y la puerta con un protector contra mosquitos para que no molestasen. Había un carro aparcado en la acera y April se preguntó si la señora conduciría… Normalmente, no se imaginaba a una abuelita conducir, pero todo podía pasar. El lugar era de un color amarillo claro, con grandes ventanales y de dos pisos, tenía pequeños detalles en las ventanas y ella logró notar que en la parte de afuera había unas lindas mecedoras de mármol. Todo eso en un lugar apartado de la civilización. Daba la sensación de que estaban lejos de Virginia y su ciudad, podían estar tranquilos allí.

Se volteó unos segundos, para ver la cara de su novio y lo que vio fue puro orgullo y felicidad.

La sonrisa que Caleb llevaba en su rostro era incomparable. Linda, resplandeciente, orgullosa, amorosa… Tantas cosas, pero por sobre todo, llena de recuerdos. Él sólo lograba pensar en las veces que se había caído en aquel pedazo de tierra o cómo su Nana lo había tenido que perseguir en la casa porque no quería bañarse, ya que era extremadamente terco. O los problemas que había dado cuando su madre se puso mal, solo para llamar la atención de la misma… Recordaba cada palabra de su sabia abuela, como le había dicho que “dejara de ser un niño malcriado y tonto, no era un buen ejemplo para su hermano y además, solo lograba hacerse ver horrible como persona”

Su abuela no era una de las personas más sutiles en este mundo, sin embargo, esa vez le dio la lección de su vida. Le enseñó a ser fuerte, a dar el todo por el todo, a esforzarse como un niño aprendiendo a hablar. A ser un ejemplo a seguir, a ser lo que se dice, un buen muchacho.

Caleb meneó la cabeza, alejando un poco de recuerdos de hacía años, para aparcar en el pasto recién cortado de su casa. Su hermosa casa.

Antes de decirle a todos que se bajaran, él se volteó y los vio a los ojos.

—Chicos, antes de que se bajen, debo advertirles algo. Mi abuela no es la típica abuela que hace galletas cada hora y les sonríe con simpatía a todos… Si no le gusta algo de ustedes, se los dirá y punto… Se los digo, debido a que sé que en este carro hay cierta gente que es demasiado sensible… —todos voltearon a ver a Gabe, quien los miro con ojos molestos.

—¿¡Por qué me ven todos a mí!? No soy un marica…

—Como sea —continuó Caleb—, les pido que le tengan paciencia y la traten bien. No es un vejestorio pero tampoco está en sus mejores años, así que con cuidado. ¡Ah y una última cosa! Mi hermano debe estar allí y está en la edad del huevo… Ya saben, adolescencia y todo eso, no se ofendan si les dice algo demasiado estúpido, siéntanse con toda la confianza de devolverle el golpe, así lo pueden poner en su lugar…

—¡Afirmativo, señor! —gritó Jeremy, desesperado—. ¿Ya me puedo bajar?

Caleb asintió.

—¡El último que llegue es un huevo podrido! —dijo saliendo de primero del carro. Joseph le siguió, con Gabe pisándoles los talones. Raúl se encogió de hombros, con una pequeña sonrisa en la cara y se fue con el grupo de locos, corriendo por igual.

La pareja fue la última de salir del carro y él aprovechó para abrirle la puerta a April y tomar su mano, mientras caminaban hacia su próximo destino.

Pronto, Caleb notó que las manos de ella estaban de lo más sudorosas y frías. La miró extrañado.

—¿Estas nerviosa por algo, Ap? —Le dio una mirada preocupada.

—¿Yo? Que va… Ideas tuyas, ¿por qué lo dices?

—Primero, tus manos están frías y sudadas, segundo, cuando dijiste lo anterior viste para otro lado, cosa que no haces mucho.

Ella se sonrojó.

—Bueno, un poco nerviosa, tal vez…

Le dio una sonrisa reconfortante.

—No deberías sentirte así, mi abuela te va a adorar. Por el que deberías preocuparte es por mi hermano…

—¿Por tu hermano?

—Sí, puede incluso hasta coquetearte… —alzó las cejas de arriba hacia abajo, haciéndola reir.

—Pensé que tenía 5 años, eso fue lo que me habías dicho hace días.

Él comenzó a recordar y meneó su cabeza.

—Lo hice porque quería que le dijeras eso a tu amiga, para escuchar su reacción, sin embargo, creo que nunca le dijiste. Él tiene 16, está en esa edad de “Si me caes mal, arruinaré tu vida social por Facebook, escribiendo que tienes pelos en las manos y enviándote indirectas en mis estados”

April se carcajeó. Scarlet hacía eso aún y con tan sólo oír eso se partió de la risa.

—Sé lo que es eso, Scar lo hace cuando se enoja con alguien.

—Ya ves… —él se encogió de hombros—, a lo que me refiero es que está un poco difícil últimamente y mi papá no ayuda. Deben tenerle paciencia y… ¡Oh, mierda! ¿Qué está haciendo Jeremy? ¡Jeremy, no toques esa escopeta! ¿Acaso no sabes que si no tienes cuidado se puede disparar sola, idiota?

Jeremy giró su mirada hacia Caleb, con la escopeta en mano. Le sonrío como un tonto y meneó el arma de un lado hacia otro, esperando a que abrieran la puerta. Cuando vio que él se separaba de April y venía corriendo a por él, se preocupó… No iba a hacerle nada, ¿o sí? Él… ¡Oh, no, sí que le iba a hacer algo!

Con un rápido movimiento, Jeremy saltó del porche de la casa y comenzó a correr en la zona verde, tratando de no ser alcanzado por Caleb…

—¡Tengo un arma, C!

—¡Y por eso te persigo! ¡Suéltala, imbécil!

Jeremy comenzó a gritar como loco, abriendo los ojos exageradamente y tratando de ocultar su sonrisa por cómo se debía ver aquello.

—¡Je… —Empezó a oír su nombre más cerca—, re….

¿Dónde estaba Caleb? Ya no lo sentía…

—¡MY!

Y lo derribó, derribando también al arma y haciendo que saliera como una flecha en el aire, disparando 3 balas consecutivas.

Todos los demás veían la escena divertidos, hasta que las balas se dispararon, dándose cuenta de que Caleb no jugaba…

Y de que Jeremy era un estúpido.

—Espero que ese jovencito me pague esas 3 balas… Costaron una fortuna, desgraciado… —April dio un respingo al oír una voz melodiosamente suave y a la vez, firme. Cuando se volteó, estaba segura de que se iba a encontrar con la persona a la que más le había temido en los últimos días.

La abuela de Caleb.

Tragó duro, observando con respeto a aquella mujer. Su cabello era de un plateado brillante, corto hasta los hombros y tenía unos ojos grises con rasgos felinos que la hizo pensar en Caleb y cómo había sacado sus ojos… Pero no su mirada. Tenía una forma de observar precavida, sin vergüenza, firme y lista para criticar, con toques de sabiduría en ella…

Y una dureza que sólo la hizo sentirse más incómoda.

—¡Oh… es un gusto conocerla, señora! ¡Yo soy April, la novia de su nieto! Acabamos de llegar, hace unos segundos. Perdone el alboroto, es que ellos no se controlan y Jeremy es como una cabra cuando quiere, además de que… —Dios, estaba delirando. Se calló inmediatamente, asustada.

La señora le dio una mirada sardónica.

—Pues claro que eres la novia de mi nieto, ¿sino, quién más? Sólo faltaría que me dijera que se hizo gay y que no era novia, más bien novio. —Rodó los ojos—. O lo que es peor, un travesti, que Dios no lo quiera.

April le dio una sonrisa tímida, un poco forzada.

—¿Qué iba a decir? ¡Oh, claro! No me he presentado. Es un gusto, cariño. Mi nombre es Eva, pero me puedes decir Eva. Ni se te ocurra llamarme “abue” o “suegrita”. No soporto eso, Dios… Una vez, Caleb trajo a esta chica, ¿sabes? Y lo primero que me dijo fue “¡Ay, señora! ¡Es un gusto conocerla! Creo que nos llevaremos de maravilla. Pronto le diré suegrita” —Hizo una mueca de asco—, como imaginarás, la señorita “suegrita” no acabo siendo ni una mascota en esta casa, porque Caleb se deshizo de ella en cuanto pudo. Suegrita, que niña más estúpida.

April se sobresaltó por el uso de malas palabras, pero no pudo evitar reír ante la descripción de la chica por Eva.

—¡Y ustedes, muchachitos! —Gabe, Raúl y Joseph separaron sus miradas de los demás, extrañados—¡Sí, ustedes! ¿Acaso no saben lo que es “presentarse” ante alguien? ¡Vengan acá y díganme sus nombres! Y Raúl, por el amor a tu santa madre, ven y dame un abrazo, muchacho.

Raúl obedeció inmediatamente, sonriendo como un niño pequeño. Le dio un abrazo de oso tan reconfortante, que April tuvo que reprimir una sonrisa.

Separándose de Raúl, vio a los demás con severidad.

—Um… yo me llamo Gabe, señora. —comenzó él, tímidamente. Su voz se tornó a una masculina, sin rastro de feminidad—. Es un placer conocerla finalmente.

—¿Finalmente? Qué lindo, aunque ese señora me hizo sentir vieja… Ahora tú, el guapo de ojos lindos.

Joseph, para sorpresa de April, se sonrojó.

—Mi nombre es Joseph, señora. Encantado de conocerla y muchas gracias por dejarnos quedar en su casa… Am… debería advertirle de una vez que el chico que su nieto estaba persiguiendo es mi gemelo, para que trate de distinguirnos bien.

Eva le sonrío con ternura.

—Dios mío, eres todo un terrón de azúcar, ¿eh? —Se acercó hasta él y agarró su mejilla fuertemente mientras decía—: Ese acento que tienes hace que te quiera comer, ternurita.

Él se puso rojo, de nuevo.

—Gracias, señora.

Ella se separó de él, frunciendo el ceño.

—¿Qué es está manía de ustedes muchachos, por llamarme señora? ¿Qué es, que me ven de 80 años? ¿Tantas arrugas tengo? —se tocó la cara, disgustada—. Me hacen sentir vieja, dejen de llamarme así. Ya le dije a la chica guapa de acá, que me dijera Eva, lo mismo va para ustedes.

Ambos asintieron mientras que Raúl reía y April se sonrojaba por el cumplido.

Al terminar aquel diálogo, Caleb y Jeremy llegaron finalmente, los dos llenos de barro y zacate.

Caleb traía el arma, obviamente y Jeremy, tenía cara de “hice una travesura y no me arrepiento”

Tirando la cosa esa en un rincón seguro, él se volteó para abrazar a su abuela.

—Nana… Es tan bueno verte de nuevo —le dijo, en medio abrazo. Ella sonrío, feliz.

—Y es muy bueno verte a ti también, chiquillo. Ya extrañaba ese viejo olor a pinos y menta que tienes tú ahí escondido. —Se acercó un poco a su oído—. Tu hermano está adentro, leyendo una cosa rara ahí. Estoy preocupada, desde que tu padre apareció, ha estado como un condenado rabioso.

Caleb asintió, casi imperceptiblemente.

—Pronto hablaré con él, Nana.

—Lo sé —Y con esas palabras, se separó de él y observó con ojos escrutadores a Jeremy—. Y tú debes ser el gemelo del apuesto jovencito con acento inglés, ¿me equivoco?

Él asintió.

—Así es, es un gusto, madame. —le dijo, dando una pequeña inclinación de cabeza—. Mi nombre es Jeremy.

Eva sonrío, divertida.

—Al fin alguien que no me dice señora. Sin embargo, eso no te quita el castigo, chico. Esas balas que gastaste allá —comenzó, señalando a la zona verde—, eran de una calidad excepcional. Más vale que me las pagues, ¿eh?

Jeremy se sonrojó con vergüenza

—Sí, lo prometo.

Sonrío, satisfecha.

—Muy bien, ya que nos hemos presentado, ¿qué tal si entramos?

 Todos concordaron, siguiendo a Eva dentro de la vieja casa.

Caleb se sintió a gusto, rememorando la madera del suelo, las paredes adornadas de millones de fotos de su madre y ellos, juntos. O las alfombras con las que adornaba su abuela el piso de la sala, haciéndola acogedora. Las escaleras que rechinaban, la cocina de un color verde musgo que Eva siempre había odiado, pero que había conservado por su marido, quien amaba el color. O las encimeras de esta misma, que estaban gastadas pero hechas a mano por su amado difunto. Las habitaciones, que eran extremadamente estrechas por haber millones de ellas. Tenían 7 en total.

Dios, había extrañado todo eso.

—¡Alex, ven a saludar a las visitas! —gritó Eva en cuanto estuvieron cómodos. A los pocos segundos, un muchacho con cabello negro desordenado, alto, delgado, con un poco de músculos y ojos verdes bajó por la escalera, haciendo una mueca de cansancio.

A April se le atascó la respiración al verlo. Su rostro… Era igual al de Caleb, un poco más joven. Bueno, pues, nadie negaría que son hermanos.

El chico analizó la habitación, deteniéndose un poco en April, sonriéndole descaradamente, para pasar al último de la fila.

Caleb.

Y sus ojos se abrieron de una manera tan cómica, que ella podría haber reído.

Rápidamente, Alex corrió hasta su hermano y le dio un abrazo de un pequeño de 5 años que no veía a sus papas hacía horas. Caleb rió con orgullo y lo apretó tanto que ella creyó que lo ahogaría, pero el chico sólo reía con él. Era una escena realmente linda.

—¡Finalmente te dignas en aparecer, grandísimo tonto! —le gritó Alex, con alegría contenida. Hacía tanto que no lo veía.

—Hey, intenta estar a 3 días de casa y veras como no te apetece mucho manejar tanto.

Giró los ojos, divertido.

—Alex… —comenzó Caleb, para presentarlo—. Ellos son de las personas de las que tanto te he hablado. A Raúl ya lo conoces. Este de acá —dijo, señalando a Gabe—. Se llamaba Gabe, y el que está a su lado, es Jeremy. El que es igual a Jeremy, es Joseph y… Lo mejor para el final —le guiñó un ojo a April—, ella es April, mi novia y que ni se te ocurra coquetearle, infeliz. Ya vi la sonrisa que le diste. Todos, él es mi hermano, Alejandro, pero pueden decirle Alex.

Alex sonrío con una facilidad, que los hizo sentir a todos bien.

—Es un gusto. Disculpa mi sonrisa coqueta, April. No sabía que eras su novia…

April se puso un poco roja.

 —No pasa nada.

Ella no entendía por qué Caleb había dicho que estaba “en la edad del huevo”, se veía muy bien…

En un momento distraído, April observó a su lado, un estante con cosas alargadas y raras… Después de unos segundos, analizó lo que eran.

Armas. Pistolas. Metralletas… 5 de ellas, todas juntas.

Abrió los ojos por completo.

—Vaya, vaya… Alguien se ha dado cuenta de la colección de la abuela —dijo Alex, divertido por su expresión

Caleb se volteó, confundido, al igual que todos los demás, hasta que canalizaron que lo que veía eran las armas de Eva.

—¡Oh, eso! —Eva rió un poco—, es mi orgullo. Si alguien trata de entrar en mi casa, se llevara un buen balazo.

—Vaya… —fue lo único que logró articular.

—Bueno… ¿Qué tal si les muestro sus habitaciones? Después empezaré con la cena.

Todos en la sala asintieron, siguiendo a la señora por la casa…

Perdonen, quise decir, Eva.

Horas después, en un estrecho cuarto con cama matrimonial…

April se acostó en la cama, de pronto, agotada. Se sentía como un globo a punto de explotar. Si bien, la abuela de Caleb no era como ninguna abuelita que ella hubiese conocido, sí tenía la manía de cocinar por montones. Les había dado ensalada, costillas BBQ, papas fritas, arroz, frijoles y de postre, pastel de manzana. La comida estaba deliciosa, pero lo malo fue no dejó que nadie dejara ni una borona. Ella casi rió cuando vio la expresión de Gabe, al oír que Eva le decía que tenía que comerse hasta el último bocado de aquel pastel. Aunque no todo había sido color de rosas en la cena.

Recordó con un escalofrío, cómo Alex se había molestado de un pronto a otro, con sus hormonas volando, mostrándose finalmente.

—Nana… ¿Cómo ha estado papá? ¿No sabes si lo han estado vigilando como siempre? —preguntó Caleb, un poco triste, mientras terminaba una costilla.

—¿A quién le importa, Caleb? —intervino Alex, de pronto muy enojado—. Ese viejo es un maldito hijo de puta y la abuela ha estado preocupada por él como si fuese su hijo, cuando no es nada más que un simple borracho.

Caleb le vio, anonadado, luego enfadado.

—Ese maldito hijo de puta borracho, es nuestro padre y su madre, fue nuestra abuela —que en paz descanse—, así que deja de insultar a tu propia familia y madura un poco, Alejandro.

Él le dio una mirada helada.

—Ojalá no fuese nuestro padre.

—Pues si no fuese nuestro padre, no existiríamos o seríamos como somos. Tal vez la abuela no sería la abuela que tenemos y nuestra vida, no sería como lo afortunada que es. Así que no digas tantas estupideces juntas, que harás una vergüenza de ti mismo.

—¿Vienes a darme un sermón, cuando estás lejos menos de 1 año? ¡Hombre, denle un premio al muchacho!

Caleb apretó la mandíbula y April tomó su mano para calmarlo, algo que él agradeció.

—Discúlpate con la abuela por tus palabras, Alejandro.

Alex frunció el ceño, cegado por la rabia. Se levantó rápidamente de la mesa, haciendo chirriar el suelo y puso una mirada obstinada en su rostro, la misma que April había visto tantas veces en Caleb.

—Discúlpame, abuela, por decir lo que pienso de mi imbécil padre. Ahora, si me disculpas, me voy a mi habitación.

Y dándose sólo una vuelta para darle una mirada de odio a Caleb, corrió hacia su cuarto y se oyó un portazo de un tamaño inmenso.

La mesa entera quedó en silencio, mientras April miraba preocupada la cara de angustia de Eva.

—Disculpe, Eva… —intervino April, rezando para decir algo bien—, ¿cuál es la receta de estas costillas? Son las mejores que he probado en mi vida.

Tomándola desprevenida, tuvo que parpadear varias veces, antes de responder y darle una sonrisa agradecida.

—La receta es secreta, pero si sigues con nosotros…

Y podría decirse que en cierta forma, salvo la noche.

April suspiró, dándose cuenta en la delicada situación familiar en la cual se estaba viendo envuelta y además, con todo ese lío, la visita que tendrían que hacer mañana por la tarde, al hijo de Robert.

Sería un día duro.

Acomodándose en la cama, ella dio miles de vueltas, tratando de conciliar sueño, sin embargo, se sentía fuera de lugar. Tenía miedo, más bien terror. Se sentía vigilada, no estaba sola. Sofocada, no podía respirar. ¿No estaba haciendo demasiado calor? ¿Por qué las estrellas no brillaban hoy? Trató de contar ovejitas, mas no pudo. La sensación de ser vigilada la corroía y quería irse, no estar ahí más… ¿Será que dormir tanto con Caleb la había afectado? No podía hacerse una quejica con tanta facilidad, había dormido toda su vida sola, pocas veces con su mamá…

Pero la sensación no se iba.

Trató de pensar en lo bueno que sería encontrar la piedra, llevar el descubrimiento finalmente a la luz. Tocó su collar, que la hacía sentir viva, alquimista, pero nada sirvió… Pronto, se decidió y dio una vuelta, bajándose rápidamente de la cama y yendo sigilosamente hasta la puerta.

Tal vez Caleb seguiría despierto, podría hablar con él de lo sucedido en la cena, consolarlo un poco… Debía estar preocupado.

Con gentileza, abrió la puerta para no hacerla chirriar —cosa que había descubierto, pasaba mucho—, y salió del cuarto.

El pasillo estaba totalmente oscuro, y tuvo que quedarse unos segundos allí para acostumbrarse, hasta que logró calmarse y seguir. Se fue agarrando de las paredes, para no tropezar y se sintió como un espía en busca de su tesoro. Y de pronto, chocó con algo. Duro. Piel. ¿Una camisa?

Alzó la vista para tratar de ver con qué había tropezado.

Hasta que vio unos ojos azules, terroríficamente grandes y supo que no era un qué con lo que había chocado.

Sino con un quién.


PD: Ooehfowhrfoewrhg, mis alquimistas... La petra que me trajo a Bob esponja... ESTOY A TAN SOLO 5 CAPÍTULOS DE TERMINAR (contando el epílogo) ¿Realmente pueden creerlo? Si lo hacen, díganmelo para que me lo hagan saber xD

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Deseas comentar la entrada? ¡Hazlo, será un placer leerla! (Y deberías comentar, ¿eh? Es ley o.o Jajaja ok no xD) Sólo que ten en cuenta una cosa... (Y es una cosa realmente seria, ¡te lo digo! Algo así como... de vida o matamos a tu gato ._.! Y dirás, "Ja! Yo no tengo gato" Y yo te diré.. "Exacto ._.") ¡Comenta con respeto! ¡Si no te gusta lo que escribí y quieres decirmelo hazlo con respeto, es lo único que pido! Ahora, si ya te hartaste de leer esta introducción... Comenta :D!
Y recuerda sonreír siempre :3!