Primer acto:
una chica de 15 años fue colocada en un pasillo lleno de 5 puertas. Cada una de
ellas enumerada respectivamente, con una frase extraña en otro idioma
adornándolas. Todas se encontraban cerradas, siendo únicamente abiertas por el
tacto de la joven.
Segundo acto:
La confundida muchacha avanzó con cuidado hacia la primera puerta, sin saber lo
que sucedía. Lo último que recordaba fue cuando abrió sus grandes ojos y
observó a su madre sentada, sonriéndole; sin embargo ahora estaba sola, sin
nadie a quien admirar. Con pasos indecisos fue hasta la primera puerta, con un
1 sobre sí. La miró por mucho tiempo, con el tic-tac de un reloj en su cabeza
indicándole cuánto debía esperar. Los segundos se avecinaban en sus orejas como
pequeños zumbidos y las horas eran infinitas en aquel lugar. Finalmente la
abrió y cuando entró, divisó todo lo que alguna vez anheló: su niñez, los
juguetes, a sus padres riendo. Hamacas en el parque y toboganes de colores,
insistiendo que viniera. Fue allí cuando cayó en cuenta de que había
empequeñecido y que volvía a ser esa chica de 3 años, con lindos vestidos.
Corrió como si no hubiese mañana y abrazó a su papá, para luego irse corriendo
a jugar con sus hermanos al escondite en el bosque. Contaban todos números
hasta dónde los sabían y ella se escondió detrás de un gran árbol, que la
tapaba de los demás. Se reía tan fuerte que en cualquier momento la
descubrirían, pero por ese instante, ella recordó lo que era la
felicidad.
Tercer acto:
La joven es traída de vuelta a la "realidad" (o en donde sea que se
encuentre), donde se golpea contra al piso al ser tirada y expulsada de la
puerta. Oye cómo se cierra, pero desea volver con tantas ganas que corre hasta
el rectángulo de mármol e intenta abrir, sin éxito alguno. Resignada y con un dolor
en el pecho que no supo que estaba allí, pasó a la segunda puerta, arrastrando
los pies contra las baldosas en un intento desesperado de no llegar. Se
preguntó si podría simplemente quedarse sentada, sin abrir nada y esperar a que
alguien la salvara de la soledad, pero llegó a la conclusión de que si no salía
por sí misma de allí, nunca lo haría.
El picaporte dorado se burlaba con su
resplandor de ella, sonriéndole con lo que imaginó podría solo ser malicia.
Tragando fuertemente se atrevió a girar la manija, temblando, como si pudiese
ver lo que se avecinaba. Pronto fue tragada por una neblina extraña y profunda,
donde no se veía más que una bruma llena de un olor clínico. Un hedor que
sabía, había llegado a repudiar. Una cama de hospital apareció de la nada, con
un hombre alto acostado y con sus dos ojos cerrados. La muchacha sintió un
vacío dentro de sí y ahora observó que tenía 8 años y sus brazos se habían
engordado. Suavemente se deslizó con silencio hacia el mueble, mordiendo sus
labios con gran nerviosismo. Confirmando lo que pensaba, pudo ver que aquel
señor que veía era su propio padre, aquel con el cual tanto soñó en
abrazar.
Con lágrimas en los ojos, sonrió y lo
abrazó con furia, escalando en la cama para estar a su lado. Lo zarandeó tanto
como pudo y tocó su rostro como si fuese a memorizarlo, pero su corazón se
congeló al ver que él estaba frío y que ya no había un latido detrás de su
piel. El pecho en el que antes apoyaba su cabeza era como una jaula sin su
pajarito, cantando melodías en él. Un sollozo se escapó de su garganta,
gritando que volviera, que por favor no se fuese otra vez, pero fue allí donde
la vida decidió que ella debía irse y volver al pasillo para avanzar en
él.
La habitación quedó a oscuras. La
litera desapareció. Su padre fue llevado por las sombras y, desgraciadamente,
la luz se apagó.
Cuarto acto:
Misma altura, mismo cuerpo. La adolescente estaba de nuevo en aquel lugar
extraño, tal y cómo llegó. Su vista se veía empañada por el dolor de haber
derramado tantas lágrimas y sus ojos estaban rojizos, al igual que una manzana
colgando de un árbol. Se preguntó por qué esta vez había caído justo en frente
de la tercera puerta, como si no existiera escapatoria, pero finalmente lo dejó
pasar, ya resignada de saber lo que podría venir. No tuvo ni que tocar el
picaporte, pues un viento extraño la abrió, invitándola a pasar así como la
muerte tienta a la vida para que se arriesgue una vez más. Sus pies se movieron
solos, casi ni lo sintió y fue ahí cuando se dio cuenta de que su rostro se
sentía diferente, con granos en él, y que sus piernas estaban hinchadas, junto
con un cabello más graso. Hizo una mueca: pubertad, sus peores recuerdos
estaban en esa etapa.
Algo metálico se formó ante ella, con
rendijas acompañándolo. El frío que sintió al verlo la petrificó donde estaba,
apoyándose contra él. Un casillero: lo único que le faltaba. El comienzo del
colegio no era algo que deseaba recordar, mucho menos la época en la que creía
estar.
Un susurro pasó por su oído, haciendo
que se volteara. Una chica de ojos azules y sonrisa amable la observaba,
esperándola para irse a clases juntas. Inmediatamente se relajó: su mejor
amiga. La única que la hacía sobrevivir a ese infierno de instituto. Se sintió
nuevamente alegre y llena de energía, olvidándose de su aspecto o cómo se
sentía acerca de eso. Con rapidez guardó sus libros y se apresuró a irse con la
chica, quien la tomó por el brazo, como si pudiesen perderse si no fuese así.
Tararearon canciones en el camino, como dos niñas que no tenían preocupaciones
y, de nuevo, pudo memorizar lo que la felicidad era: lo mucho que la dejó
pasar.
En unos segundos, un grupo de lindas
muchachas se acercaron a ellas, con toda su atención sobre su amiga. Apretó su
agarre en la joven, como si así pudiese retenerla. Charlaron un rato, dejándola
siempre aparte y dándole miradas que solo podían transmitirse como "das
asco" en sus caras. La otra no parecía notarlo; estaba cegada por la
popularidad. Lentamente, casi en cámara lenta, se vio a sí misma siendo
apartada de su mejor amiga, quien se vio atraída hacia las otras, dejándola
sola. En segundos, ya no era la "puberta" alegre, era simplemente una
chica que había sido abandonada otra vez, ahora con personas susurrando en su
rostro e insultándola sin parar.
Sus sonrisas disminuyeron, su dulzura
fue minimizada y, su inocencia fue acabada en el transcurso de esa puerta. De
esa maldita, pero real puerta.
Quinto acto:
La muchacha voló hasta el centro de la habitación, pues casi fue echada a
patadas del escenario. Su boca formó un puchero y rodó los ojos, siendo consciente
del dolor en su trasero tras el golpe que esa salida le había dado. Descubrió
con cierta tristeza que ya se sentía un poco más amarga, como si estuviese
volviendo a ser ella misma. Desde que había llegado a ese lugar se había
sentido diferente, igual a una niña tras una nueva aventura, sin embargo,
conforme las puertas pasaban y atravesaba las fases de lo que se consideraba
"su vida" todo iba haciéndose más real, más a como ella recordaba que
siempre fue.
El desdén y la curiosidad la llevaron a
la cuarta puerta, pues realmente no estaba muy segura de qué sucedería allí.
Con calma y sin temor se acercó y apreció el picaporte, sintiéndolo tras sus
dedos. Sonrío. Si esto era un sueño, era uno bastante cruel e idiota, pero muy
interesante. Además, no le sucedería nada de ser así, ¿verdad? Porque nada era
cierto: podía volar, caerse y saltar. Como era su sueño, nada le pasaría, todo
era posible. Confiada abrió y se metió dentro de la habitación, esperando algo:
la neblina, el frío, cosas extrañas. Pero nada sucedió, todo simplemente
apareció frente a sus ojos como si estuviese despertándose y lo primero que
veía fuese el sol, solo que en este caso era su colegio de nuevo, sentada con
un muchacho de cabello negro y ojos azules.
Inmediatamente lo reconoció: era su
mejor amigo de la infancia, con quien se había reencontrado cuando tenía 13,
poco después de que su "amiga" la dejara. Se pusieron al día
rápidamente aquellos días, haciéndose cercanos casi instantáneamente y
salvándola de la soledad. El chico había mejorado en apariencia si lo veía
desde su perspectiva, porque pasó de ser un niño alto y flacucho a uno guapo y
esbelto. Él le sonreía a su otra yo, con los ojos brillando. Captó hasta ese
momento que este escenario era diferente a los otros: ella estaba viendo todo,
pero no lo sentía. No lo volvía a vivir.
Su corazón dio un salto cuando volvió a
divisar su sonrisa, haciéndola sonreír también. Era una luz en sus días más
oscuros. Pudo ver cómo ambos se estaban acercando peligrosamente cerca, hasta
que otro joven vino, sacándola de él. Su pelo café se le hizo conocido y su
rostro también, pero no sintió nada al observarlo: ni una pizca de
emoción.
Frunció el ceño, sin entender nada.
¿Por qué rayos estaba dejando a su amigo y yéndose con el otro? ¿Y por qué no
recordaba lo que había pasado? Tenía que ver qué sucedería, no podía quedarse
con la duda.
Siguió a la pareja desde lejos, pasando
por una sucesión extraña de imágenes coloridas. Pronto, se vio con el muchacho
dentro de un carro, besándose. Sacudió su cabeza, para asegurarse de que veía
bien: ¿ese era su novio? ¡No podía ser! ¿Cómo estaba dejando que le metiese la
mano así? ¡Jamás lo haría!
De pronto se relajó. Ah, ahí estaba,
luchando por quitárselo de encima. Casi muere de la emoción: sabía que era más
inteligente que eso. El joven la miró aturdido, sin comprender por qué se iba
enojada del auto y la siguió, discutiendo con ella. Pronto, entraron en una
discusión y pudo escuchar los insultos que salían de "su novio".
Gorda, fea, mojigata. Todo para hacerla sentir peor. Se cobijó en sus brazos
tal como su otra yo lo hacía, protegiéndose contra los defectos que siempre le
habían remarcado. Continúo caminando hasta el que suponía era su hogar, con él
detrás. Fue allí cuando la alcanzó y la hizo verle, causando ira en ella.
Respondió con furia y así fue cómo él la abofeteó, dejándola pasmada.
Se vieron a los ojos unos segundos,
ambos anonadados y no perdió tiempo, corriendo hasta su casa. Cerró la puerta
con tanta fuerza que todo retumbó y se dio cuenta de que, otra vez, estaba
sola. Con un nudo en la garganta se observó a sí misma subiendo las escaleras
de dos en dos hasta llegar al baño, encontrándose frente a frente con el
espejo. El desprecio que vio en su propia mirada la asustó, el odio en la
manera en que se sacó la blusa de manga larga y dejó sus brazos al descubierto,
llenos de marcas.
Pasmada, revisó sus brazos, dándose
cuenta de la verdad: tenía cortes profundos, provocados por un cuchillo
bastante filoso. Había viejos, nuevos, todos con la misma característica: ira.
Y fue así como recordó, qué era lo que iba a pasar después.
Quiso correr de allí, no quería ver
más. Finalmente podía observar lo que tenía que suceder. Gritó que la dejaran
irse, que había entendido el mensaje, pero la hicieron quedarse, mirando la
forma en que ella abría una caja con medicamentos y colocaba miles de pastillas
en su boca, temblando en el proceso. Las lágrimas que recorrían sus mejillas
demostraban los miles de sentimientos en la que su vida se definía y así,
lentamente vio cómo trago cada pequeña pastilla, lista para irse. Para dejar la
vida.
Último acto:
la joven salió caminando de la puerta esta vez, sin ser expulsada o echada a
patadas. El nudo en su garganta era inmenso y el miedo que la corroía también.
Así que esto era la muerte: un vistazo a lo que fue tu vida. Miró a su
alrededor y vio la quinta puerta, lista para ir hacia ella, sabiendo lo que
seguramente venía: el cielo o el infierno. Sabía que lo más probable era que
fuese al infierno: después de todo se había suicidado, pero eso no quitaba el
terror de sus venas. Con tristeza se dirigió hasta la última puerta, negra como
una araña. El 6 brillaba en ella y se detuvo, confundida. ¿No decía 5? ¿Y no
estaba del otro lado del pasillo?
Volteó a ver hacia la izquierda,
confundida. Ahora había 2 puerta, la sexta era nueva. No entendía qué pasaba,
porque habían cambiado de lugar. Cuando entrecerró los ojos y observó bien, se
dio cuenta de que podía entender la frase en ambas maderas. La número 5 decía:
Difícil. La número 6: Fácil.
Su cabeza volaba entre una y la otra,
sin saber qué debía hacer, sin embargo, sus pies se vieron atraídos hacia la
puerta 6, como si le pidiesen que fuese allí. Ella negó, apretando la
mandíbula. Tenía que ver la 5, por lo menos mirar dentro. Decidida, corrió
hasta allí, abriéndola sin dudar. Y vaya bien que hizo en hacerlo.
Dentro de la habitación se podía
apreciar a su mejor amigo, encontrándola en el baño minutos después de tomar
las pastillas. La mirada de horror en sus ojos era indescriptible y pronto
también él lloraba. Llamó rápidamente al 911 y la mantuvo activa durante mucho
tiempo, hasta que finalmente, una ambulancia llegó y se la llevó, su familia
dentro, al igual que su amigo.
Un futuro incierto comenzó a aparecer:
ella saliendo del hospital, el chico de ojos azules a su lado, apoyándola. En
la universidad, viéndolo todos los días. De novios, el joven comprándole un
anillo de compromiso. Ella trabajando, ellos con una familia. Pero lo más
importante: ella siendo feliz.
Sonriendo con un nudo en la garganta la
adolescente meneó la cabeza, colocando un pie dentro de la puerta número 5 y,
finalmente se dejó llevar por la luz que la hizo desvanecer en el mundo real,
donde pronto se encontró abriendo los ojos, despertándose con lentitud y viendo
como primera cosa los ojos más azules que alguna vez podrían existir,
sonriéndole con emoción.
—¿¡Emmeline!? —gritó el joven,
tirándose sobre ella, haciendo que sintiera su calor y sus lágrimas—.
¡Emmeline! ¡Señora Robson, despertó! ¡Finalmente despertó!
El cabello negro del muchacho voló
hacia el rostro de Emmeline, haciéndole cosquillas. Cuando él se tranquilizó y
la miró directamente ella se relajó. Supo inmediatamente que había tomado la
decisión correcta cuando vio el amor en él, sin embargo lo aseguró al oír a su
madre llegando, abrazándola con ternura y a ambos diciéndole la misma cosa.
—No vuelvas a asustarnos así, Emmeline.
No sabemos qué haríamos sin ti.
Fin.
wuaaaaaaaaa T_T ¡Ereees maaala!!! Me has hecho llorar con la historia. ¡Que boniita!!! wuaaa
ResponderEliminarUn beso
Vaya... No sabía que esperar cuando comencé a leer tu relato. Pero si te he de ser sincera me ha gustado mucho y me ha parecido muy original la forma en la que nos has contado la historia.
ResponderEliminarA veces creemos que un camino que parece "fácil" va a ser mejor.. pero todo tiene solución y cura. y nunca vamos a estar solos/as.
Iba a comentarte y ya... pero por tu relato, me quedo por tu blog! :)
un besoo
¡Hola! ^.^
ResponderEliminar*_* QUE BONITOOO!!! Estaba en tensión y con el final a sido como ¡uaaah! que guay (no se si me entenderás, normalmente no me entiendo ni yo misma, así que...), bueno a lo que iba, que me ha gustado mucho.
Besos.
Genial. Muy genial. Escribes súper bien, en seguida me descargo tu libro y sigo tu blog. Yo soy nueva en esto y he de decirte que tu blog es preciosísimo, yo me he estrenado hoy con las primeras entradas.
ResponderEliminarMe gustaría mucho que te pasaras por mi blog y me siguieras y comentaras si te gusta!!
Un besazo (me quedo investigando por aquí que esta muuuy bien)
Elle, desde
http://somosabracadabrantes.blogspot.com.es/
A mi me hizo recordar a lo de Romeo y Julieta jajaja Con lo de "primer acto, segundo acto etc jajajaja" aAAAAWWW QUE BONITOOOO!! la verdad es que me ha gustadoooo!! jejeje Muchos MuakiSs.. xD
ResponderEliminarMe ha llegado a emocionar tu comentario, mil gracias por venir a mi blog y a intentar apoyarme y animarme...bueno solo intentar no, porque la verdad es que lo has conseguido. Y respecto a que tu comentario parecía que querías hacer publicidad de tu blog, jajaja, no te preocupes porque para nada me ha dado esa impresión, al contrario, me encanta que me pongáis vuestros blogs porque me paso el día buscando blogs...aquí tienes a una nueva seguidora fiel. Me pasaré a menudo...y..¡Muchísimas gracias de corazón!
ResponderEliminarQue lindo lo que has escrito! :) escribes muy bien, por cierto...
ResponderEliminarPrimera vez que llego a tu blog, y te sigo desde ahora! saludos :3