Hasta la más fuerte tiene sus recaídas algunas veces...

A veces hay vacío.

Otras me encuentro frente a frente con el dolor.

Hay situaciones en la vida que nos colocan en contra la felicidad.

Y hay cosas que te llevan a sentir el frío de una herida recién cortada.

La vida es complicada: todos sabemos eso. Nos trae tantas idas y vueltas que llegamos a marearnos después de varias vueltas en el viaje, como si acabásemos de comer y justo cuando nos montamos a la atracción, sabes que ingeriste demás: sientes que pronto vomitarás. Tratamos de evitarlo —¿quién querría explotar?—, pero hay ocasiones en las que el cuerpo no quiere retenerse: él quiere hacerte liberar.

Quisiera dejar de sentirme así: distante, extraña. Desearía no tener que preguntarme qué pasó en un transcurso de tiempo que me es desconocido. ¿Algo cambió? ¿O será que estás creciendo? A lo mejor es que te afecta el no saber un futuro incierto. Te pone las manos frías, te hace temblar, porque como una tormenta de nieve que es helada y avanzada, los minutos pasan rápidos y sin horario.

¿Por qué no gritamos? ¿¡Por qué no nos desahogamos!? ¿Es que acaso hay una respuesta coherente de la razón por la cual el ser humano teme ser expresado? Esta cosa de guardarse todo: de esconderse, de ponerse una fachada. De colocarnos maquillaje en un rostro que pide simplemente ser limpiado. De una mente que te susurra miles de veces que la dejes libre. Y de un corazón que aclama sentir sus latidos, pero que tú los detienes con cada miedo no compartido.

Hoy no puedo darte un mensaje inspirado: mis ideas y mi propia alma se han agotado. Han estado corriendo mucho, no han siquiera respirado y en este instante, solamente querían ser liberados, pero te prometo algo, te lo juro para bien: el que lucha contra la corriente jamás se rendirá fácilmente. Se esforzará al máximo, Dios, ¡dará todo de sí! Pero debemos recordar que hasta el más fuerte…

Tiene sus recaídas algunas veces. 

Tú no lo entiendes y yo no puedo explicarlo.