Solo puedo expresarme con mi escritura♥

Recuerdo aquel día en el que escribí y escribí. Casi ni volteaba a verte, simplemente dejaba que los garabatos que se habían convertido en mis letras aparecieran en el papel, esperando que los sentimientos que me embargaban pudiesen ser plasmados con el sencillo trazo de mi mano. Estaba concentrada; ni sentí tu presencia, solo veía el mundo que creaba poco a poco abrirse ante mí. Mi protagonista quien me estaba exasperando por su testarudez sonrío, yo también. La chica se derritió, yo con ella. El gato miraba, yo también. Los árboles cantaban, mientras mi boca tarareaba; felicidad: eso me traía escribir. Pensé —recuerdo haberlo tenido muy en claro—, que no había cosa más hermosa que ese sentimiento, hasta que me digné a darle un descanso a mi historia y alcé los ojos.  Ahí estabas tú, mirándome lentamente, con una sonrisa en tu rostro. Mastodontes no mariposas bailaron en mi estómago Me pregunté la razón por la cual me observabas de esa manera, tan pasiva, tan… nueva para mí. Dijiste que me veía hermosa. Yo respondí que no era verdad, pues, ¿quién se vería así usando una blusa larga que cubre todo tu cuerpo, un moño desmarañado, anteojos sin maquillaje, solo con un cuaderno y un lapicero gastado? Replicaste con mucha dulzura, una suavidad se mostraba en tu voz que tenía que verte a los ojos. Me mirabas. Me sentías. Me arrullabas con una simple mirada. La calidez se hizo gigantesca en mi cuerpo. Pensé que no habría mejor cosa que ser vista de esa forma en la que me observabas, hasta que tus labios se abrieron y pronunciaron el cielo. Susurraste o tal vez lo gritaste que mi belleza superaba los estereotipos. Que con lo que yo consideraba una ropa desgarbada y un rostro sin color, él solamente venía una chica preciosa, de facciones relajadas. Afirmaste que amabas mi pasión. Amabas mi locura. Amabas el brillo en mis ojos cuando escribía o te hablaba de ello. Decidiste, en ese momento, que era la mujer más hermosa que alguien alguna vez podría ver. Sí, supiste que estabas perdidamente enamorado de mí y que no había marcha atrás. Te acercaste. Me tocaste. Limpiaste las lágrimas que, por tu culpa, cayeron sobre el papel y sin embargo, no me importó mancharlo, porque eran lágrimas de felicidad. Lágrimas deseadas, y te acercaste a mi oído. Un te amo salió de tu boca. La analicé, no creyendo las palabras. La besé, tratando de succionarlas. Le sonreí, para que sintieras mi felicidad. Te vi y entonces te dije lo mismo, una y otra y otra y otra vez. No parecía forma suficiente para decírtelo, para que entendieras lo mucho que te amaba. Te lo dije una y mil veces hasta el cansancio. Tú no te agotabas de escucharme decirlo. Era música para tus oídos. Me llevaste a la cama, me tomaste, me acariciaste, me amaste y supe lo mucho que quisiste decir con las palabras cuando las pronunciaste.  Al final, la tristeza me embargó, pues no podías ver lo mucho que te amaba. No te lo mostraba. La palabras nunca fueron —y nunca serán—, suficientes conmigo. Mi corazón sentía que explotaría, sino entendías lo mucho que te amé, que te amo y que te amaré hasta el resto de mis días sin importarme que suene cliché. Así que, en un momento dado, me enteré de lo que debía hacer para que lo supieras, para que me entendieras. Y escribí. Escribí y escribí y escribí, hasta llevarme al punto de escribir la escena que acabo de plasmar, en mis propias palabras. 

Porque sé que solo podré hacerte entender lo mucho que te amo —lo mucho que deseo que lo sepas—, plasmando mí corazón de la única forma que sé…

En la escritura.